A ver, vamos al grano, porque ya es hora de llamar a las cosas por su nombre. ¿Por qué en el Estadio Tamaulipas, la «cuna de dos ciudades», cada que llegan las Águilas del América parece que estuviéramos jugando más un partido de cacería que de fútbol? ¡Vamos! Esto ya no es folklore, esto es un patrón.
Cada que vienen las águilas, año tras año, los azulcremas son perseguidos como si llevar una camiseta del América fuera un delito. ¿Y todo esto por qué? ¿Por un puñado de pseudoaficionados disfrazados de Jaiba Brava que no saben respetar?
Pero, ¡oh, sorpresa! En la reciente Copa DIF Altamira, con Chivas como invitado especial, ¡”nada de esto pasó”!
Al final de este documento le diré los más penoso que sucedió, pero, en comparación a otras noches ni persecuciones, ni camisas arrancadas, ni violencia gratuita. ¿Cómo lo lograron? ¿Magia? ¿O es que la afición tampiqueña sabe comportarse solo cuando le conviene?
Se aplaude el esfuerzo del DIF Altamira y del ayuntamiento presidido por Armando Martínez Manriquez, pero la pregunta queda en el aire: ¿por qué esa paz no es la norma con todos los equipos?
Es difícil ignorar que en los partidos de la Jaiba Brava, cuando el rival no es «bienvenido», el caos se apodera del estadio. Ejemplo claro: aquella invasión de cancha en 2016 contra Potros de la UAEM. Un espectáculo lamentable.
Pero parece que esa costumbre sigue viva, porque hasta en el juego de exhibición de la Copa DIF Altamira, los rojiblancos se dieron el lujo de invadir el terreno al final. ¿Así celebran «la paz»?
Y ahora surge la gran pregunta:
¿Son los verdaderos seguidores de la Jaiba Brava los que generan estos conflictos, o tenemos infiltrados con camisetas de otros colores jugando a ser los guardianes del estadio?
Es momento de que el público del Estadio Tamaulipas decida qué tipo de afición quiere ser. La que celebra eventos exitosos como la Copa DIF Altamira con respeto y orgullo, o la que convierte cada visita de equipos como el América en un campo de batalla bochornoso.
Si seguimos así, el único récord que tendrá el Estadio Tamaulipas no será por ser el único estadio en dos ciudades, sino por ser el único donde el fútbol se pierde entre la ignorancia.
¡Basta ya de excusas y comportamientos cavernícolas! Que el fútbol sea pasión, no agresión.
En la intimidad… Por cierto, el mismo sábado en el Estadio Tamaulipas una enorme afrenta a la dignidad y el sentido de comunidad.
Resulta que durante la Copa DIF Altamira, un miembro de la barra brava «Terrorizer» del Tampico-Madero intimidó a un niño con la camiseta de las Chivas Rayadas del Guadalajara, es un acto que merece el más profundo rechazo. La actitud de este adulto, lejos de reflejar el amor por el deporte o el espíritu de comunidad, exhibe una conducta vergonzosa, intolerante y cobarde.
Atacar a un niño, cuyo único «delito» es apoyar con inocencia y entusiasmo a su equipo favorito, es inexcusable.
¿Qué mensaje enviamos como sociedad al permitir que este tipo de comportamientos pasen impunes? La responsabilidad no solo recae en este individuo, sino en toda una red de actores que han demostrado su incapacidad para garantizar un entorno seguro y civilizado en un evento público.
Primero, las autoridades locales, representadas por Armando Martínez, Mónica Villarreal y Erasmo González Robledo, han fallado de manera contundente en su tarea de mantener el orden y asegurar que la Copa DIF Altamira sea una verdadera fiesta para todos, sin importar su preferencia futbolística.
¿Cómo es posible que un grupo de ciudadanos, por el simple hecho de portar los colores de la Jaiba Brava, se arrogue el derecho de decidir quién puede o no estar en un espacio público? Esto no solo es un reflejo de ingobernabilidad, sino de una preocupante falta de liderazgo.
El caso de Álvaro de la Torre, encargado de velar por la integridad de los asistentes como figura relevante en la organización, también merece un señalamiento. Su incapacidad para prever y controlar situaciones como esta lo convierte en cómplice pasivo de un entorno hostil, en el que un niño tuvo que ser intimidado en lugar de disfrutar con alegría y tranquilidad de un evento deportivo.
Por último, es inevitable preguntar: ¿dónde estaban los padres o tutores de este niño? ¿Y dónde estuvo la sociedad para defenderlo? Es inadmisible que en un evento con cientos de asistentes, nadie haya tenido el coraje o la empatía para intervenir y protegerlo. Este episodio deja al descubierto no solo fallas institucionales, sino también una preocupante apatía colectiva.
Este niño, con toda probabilidad, asistió al evento con gran ilusión, quizás incluso con sacrificios de su familia para apoyarlo en su amor por las Chivas. ¿Qué experiencia se lleva de un evento que debía promover valores como la inclusión y la solidaridad?
Como sociedad, debemos reflexionar profundamente. El fútbol, lejos de ser un espacio de división y odio, debe ser un terreno donde todos, especialmente los más jóvenes, encuentren un espacio para soñar, disfrutar y convivir. Mientras las autoridades, las organizaciones deportivas y la sociedad sigan permitiendo este tipo de conductas, no solo estamos fallando al deporte, sino a los valores fundamentales que nos definen como comunidad.
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