En un país donde históricamente las instituciones parecieran más interesadas en construir burocracias que comunidades, es de celebrarse cuando los gobiernos locales rompen con la inercia de la indiferencia. Esta semana, el Instituto Tamaulipeco de Vivienda y Urbanismo (ITAVU) dio un paso firme y con peso jurídico: entregó 73 escrituras a familias de Aldama, Tamaulipas, que por años vivieron bajo la sombra de la incertidumbre legal sobre el lugar donde han construido sus hogares, educado a sus hijos y sembrado raíces.
Este acto, que para muchos podría verse como meramente administrativo, representa en realidad una victoria profunda: la consolidación del derecho a habitar, a heredar, a proteger el esfuerzo de toda una vida.
Con cada hoja sellada y firmada, se le arrebata un terreno más al miedo, a la especulación, al abuso de quienes trafican con la necesidad de otros. Porque tener una casa sin escritura es como tener un cuerpo sin alma: está ahí, pero sin identidad, sin certeza, sin defensa.
Manuel Guillermo Treviño Cantú, director general del ITAVU, junto con el delegado del instituto en Aldama y el coordinador de delegaciones, Germán Fernández Guzmán, hicieron lo que por años muchos otros funcionarios no se atrevieron a hacer: asumir con responsabilidad y eficacia una tarea que no da aplausos inmediatos, pero sí cambia vidas. A ellos se les unió la presidente municipal, María Nohemí Sosa Villarreal, quien acompañó la entrega en un acto donde la emotividad le ganó por momentos al protocolo.
Las escrituras no solo legalizan una propiedad, también legalizan la paz. Y vaya que se necesita paz en estos tiempos. Ahora decenas de familias de colonias como Paraíso, Del Valle, Los Ébanos, Rodolfo Torre Cantú o Revolución Verde, ya pueden mirar al futuro con más certeza, sabiendo que sus hijos no heredarán solo un techo, sino también derechos.
A esto hay que sumarle las seis escrituras de áreas comunes que fortalecen el tejido barrial: parques, áreas verdes, predios compartidos que ya no están a merced de invasores o desarrolladores sin escrúpulos.
Es ahí donde también se construye ciudadanía: en los espacios donde se juega fútbol, se organizan comités, se celebra la vida.
Estas acciones del gobierno de Tamaulipas no son solo políticas públicas: son gestos de dignidad. Desalentar la venta de tierra no apta, fomentar la plusvalía responsable y entregar certeza jurídica no debería ser la excepción, sino la norma. Ojalá estos pasos se multipliquen, porque el suelo firme sobre el que uno construye no debe ser un privilegio, sino un derecho.
En la intimidad… La gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, parece tenerle pavor al agua. A tal grado que mientras el poblado El Moralillo, en el municipio de Pánuco, pasa desde el fin de semana bajo el agua –con las casas anegadas, los caminos cerrados y los ánimos por los suelos– la mandataria decidió no mojarse ni los zapatos. Literal.
Dicen que sobrevoló la zona, sí, pero con el mismo compromiso con el que un turista toma una foto aérea de un desastre para subirla a Instagram. En su vuelo “fifí”, Nahle llegó solo hasta Ozuluama, como si más allá estuviera el fin del mundo o la posibilidad de ensuciarse el peinado.
La tragedia de los nortveracruzanos le importó lo mismo que un pepino marchito en la orilla del río.
Y mientras los pobladores bloqueaban la carretera Tampico-Valles por más de 40 horas, ella ni un tweet, ni un gesto, ni un mensaje de aliento. Qué pena. Qué vergüenza. Qué nivel de indiferencia.
Ojalá donde esté Fidel Herrera Beltrán –el exgobernador– no haya presenciado el acto bochornoso de su pupila. Porque si lo vio, se vuelve a morir. Literal.
Esto no es política. Es cobardía. Y la cobardía, en tiempos de crisis, es crimen.
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