Las vacaciones del verano duraban más de dos meses. Los estudiantes de preescolar, primaria y secundaria terminaban sus clases el último día hábil de junio y dejaban de ir a la escuela hasta comenzado el mes de septiembre.
Si acaso sólo se acordaban de las aulas hasta pasada la primera mitad de agosto, cuando sus padres los empezaban a llevar al plantel del que se tratara para la reinscripción o inscripción, según fuera el caso.
El calendario escolar 1985-1986, que aplicó para las instituciones educativas, tanto del sector público como privado en todos los estados del país, contempló no sólo esa larga temporada de mitad de año sin clases, como fue común por muchos años en México.
También 9 días de descanso obligatorio y otros dos sin trabajar para los maestros, pero ya fuera de fechas hábiles.
El día primero de septiembre, era la fecha en la que, por decirlo así, empezaba el desorden, y quien lo ponía era el presidente de la república.
No iniciaban las clases sino hasta el día siguiente, porque justo al comenzar el mes se dedicaba la jornada a descansar para escuchar y ver un todavía entonces larguísimo informe de gobierno en cadena nacional.
Ahí se contemplaba el tristemente célebre «besamanos» de toda la clase política, aduladora del hombre en el poder.
Aquel año lectivo, fue singularmente especial y muy memorable ahora, para quienes lo vivimos intramuros en Tampico y Madero, y hasta en Altamira y la región.
Para empezar, se puso de moda el fútbol gracias a que un triunfador técnico y exjugador americanista llamado Carlos Reynoso.
Llegó a dirigir a la Jaiba Brava y como fueron ambos años cuando se hizo por primera vez y a modo de experimento lo de los torneos cortos, había partidos hasta entre semana y tuvimos la emoción de dos liguillas y un par de finales para nuestro equipo en un mismo ciclo escolar.
EL CRUZ AZUL-CIELO
El entrenador chileno jamás olvidó al club de sus amores, tanto fue así, que el uniforme Jaibo-maderense tuvo exactamente un diseño igual al del América.
Aunque claro, con su propio par de escudos (el petrolero y la jaiba) y los colores blanco y celeste, conjunto que hoy en día nos hace recordar cuál fue el equipo que cruzazuleó aquel par de temporadas o campañas.
En la secundaria repetíamos, durante los recesos y las clases de educación física, cuando había duelos balompédicos entre salones, tanto la popular «ola» que saltaría al mundo el verano siguiente, como la «marea».
Nuestra pacífica y sana versión muy tampiqueña y petrolera que quedó sólo para la memoria y jamás se ha vuelto a repetir en estadio alguno, ni siquiera en el Tamaulipas.
EL AÑO DEL MUNDIAL MÉXICO 86
«Reynoso se vendió al América», decíamos algunos convencidos al regresar a la escuela en enero, tras haberlo escuchado de nuestros padres, mientras que otros seguían culpando al árbitro, pero lo cierto es que nuestro amado Tampico-Madero nos volvería a dar la emoción de otra final consecutiva.
Pero una decepción más para no variar, en plena primavera, pero en esos nuestros primaverales años tal cosa poco importó: vino entonces el mundial de futbol.
Nuestro país fue anfitrión, y nos dieron «chance» de ver la inauguración y todos los juegos que se pudieran en la sala «audiovisual» de la secundaria.
«Pero el destino es muy cruel», decía por aquella época un corrido de caballos, y tratándose de fútbol nos la volvería a hacer.
El estadio Tecnológico de Monterrey, donde ya habíamos visto perder a la Jaiba también una tarde soleada de sábado, hacía apenas unas semanas, nos trajo el «deja vu» de ver la misma escena repetida al atardecer de un fin de semana.
Ahora con el «tri» como protagonista de la tragedia ante Alemania, e inaugurando aquel día la maldición de los penales y el trauma del añorado quinto partido… ¡qué bueno que ya demolieron aquel escenario!
El fin de cursos nos llegaba a algunos despidiéndonos también, como la selección mexicana del mundial, pero en nuestro caso de los compañeros de clase.
El ciclo escolar siguiente lo iniciaríamos unos en la prepa, otros en bachillerato técnico y unos cuantos estudiando una «carrera corta», mientras que nuestras horas de sueño se seguían acortando, también merced a otro experimento practicado en aquel mismo año y que no volvería sino diez años después, pero para quedarse, como fue el horario de verano… de aquel verano que no se olvida.

Foto Tampico – Madero / hugobloguea.blogspot.mx