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“El Que Sabe, Sabe”, era el título de aquella serie televisiva producida en México justo al iniciar la década del 80, bajo la dirección de los genios del cine nacional Felipe Cazals y Jorge Fons, en la que personajes ficticios interpretados por histriones de la talla de Ofelia Medina y Ernesto Gómez Cruz, junto a los difuntos Delia Casanova y Adalberto Martínez  “Resortes”, aprendían a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, en clases de instrucción básica para mayores de edad que impartía una muy jovencita (para entonces) Tina Román, historia que transcurría en un poblado del Estado de México, este sí existente en la realidad, de nombre Ayapango.   Fue una producción del Instituto Nacional de Educación para los Adcultos (INEA) que para nada tiene desperdicio hoy en día, ni como documento histórico, y mucho menos en calidad de material didáctico para el verdadero aprendizaje: a fin de cuentas, el conocimiento elemental en materia de alfabetización y matemáticas básicas sigue siendo el mismo.

Es lo que hacía el INEA, y lo que siguen haciendo los institutos estatales que fueron creados hace ya cosa de una década y media, si no es que más atrás, para descentralizar los servicios educativos en esa área, tal como ocurrió en todas las demás.  Hoy en día, el ITEA sigue realizando una labor muy ardua e importante para proporcionar las herramientas fundamentales del conocimiento universal e indispensable lo mismo a adolescentes que a personas entradas ya en años que no pudieron concluir o, en el peor de los casos, ni siquiera iniciar su instrucción primaria.  De ese modo, jóvenes que están incorporados ya al mercado laboral, pero que desean brincar ese escollo de preparación académica que les impide progresar, o por lo menos aspirar a un puesto de trabajo más elevado, logran obtener la enseñanza y, en consecuencia, el documento oficial que les hace falta para certificar que, en efecto, cursaron dichos estudios.  Como ya se ha dicho aquí, y de acuerdo con lo que han informado las citadas instancias y otras como el INEGI, en la mayoría de los casos se trata de personas, ya en la etapa de adolescencia o en la adultez, que dejaron trunca la primaria, o bien su educación secundaria.  Y la duración de esos cursos para obtener el aprendizaje que les resta oscila, actualmente, entre uno y dos años, cuando mucho.  Y al final lo que logran, en los hechos, es la validación de su escolaridad elemental.

Y la validación, como alternativa, podría ser una realidad.  En teoría, dentro del territorio nacional, nada impide que legalmente se dé la práctica de una educación así, puesto que, de hecho y al contrario: se la fomenta, cuando se habla de que instituciones como el ITEA tienen justamente el propósito de que nadie se quede sin la instrucción básica.  Que ya no se busca sólo erradicar el analfabetismo, como era el objetivo esencial cuando nació el INEA, sino además brindarle al mexicano promedio la oportunidad de tener, por lo menos, toda su instrucción básica y media, para que así tenga muchas más posibilidades de superación académica, profesional, económica y social a lo largo de su vida.  Y no, ni siquiera se estaría hablando de dejar sin estudiar a ningún niño con tal de que se les valide al llegar su adolescencia, lo cual sería totalmente aberrante y contradictorio, e incluso ilógico.  La opción de una validación de escolaridad básica abriría la puerta, en forma previa, a métodos alternos ya existentes, como la educación pública conjunta (lo que ocurre en las escuelitas de ejidos o poblaciones rurales de muy escasos habitantes, en las que se enseña a niños de todas las edades y grados dentro del mismo salón), la instrucción a distancia (telesecundaria, por ejemplo), la enseñanza en el hogar (por parte de los padres, ya sea que tengan uno o varios hijos, algo que aunque parezca extremo, e imposible, practican desde hace décadas algunas comunidades dentro de nuestro país, como los menonitas y testigos de Jehová), y por último, en un caso muy especial (el de los niños-genio): el sistema auto-didacta, algo que ha llegado a ser cosa común con infantes de un nivel de aprovechamiento, para no decir intelectual, mucho muy avanzado, a los que si acaso sólo asesora alguna institutriz o maestro particular.

¿Qué habría protestas, en todo caso y de cualquier modo, por parte de los mismos maestros que hoy en día rechazan la reforma educativa? ¿Que incluso se les daría una razón mucho más poderosa y de peso para dar sustento a su argumento de que se les quiere dejar sin trabajo para el resto de sus días? ¿Qué jamás lo permitirían?  Pero, es que ni siquiera se les tiene que pedir autorización: nadie en este territorio nacional, absolutamente nadie, tiene el derecho de impedir que un padre de familia le imparta la educación básica a sus hijos mediante el sistema o método que más adecuado le parezca, sea en una escuela pública, dentro de un colegio particular o, inclusive, al interior de su propia casa.  Siempre que demuestre, mediante la certificación consabida (la de preescolar, primaria y secundaria), que en efecto: el menor, o los menores, recibieron esa clase de instrucción.  Y una validación en ese sentido (la de los institutos de educación para los adultos –y adolescentes-) ya existe desde hace tiempo, mucho antes de que saliera en la televisión “El que Sabe, Sabe”.  Y lo mejor: ni siquiera será necesario reformar ley alguna.

Opinión

Reparar lo que Barry se llevó

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La tormenta tropical Barry llegó, dejó su marca y ahora, entre la humedad y el lodo que aún persisten en algunas zonas de Tamaulipas, las cuentas comienzan a salir a la luz. El Gobierno del Estado, a través de la Secretaría de Obras Públicas (SOP), estima que serán necesarios al menos 40 millones de pesos para reparar los daños ocasionados en las carreteras.

Pedro Cepeda Anaya, titular de la dependencia, ha sido claro al explicar que la valoración preliminar arrojó afectaciones en carreteras estatales y caminos rurales de González, Xicoténcatl, El Mante y Llera. Zonas donde la conectividad ya era una lucha diaria, hoy enfrentan una nueva prueba.

Los caminos rurales, como siempre, se llevan la peor parte. Las partes bajas, los vados y los cruces de arroyos quedaron severamente afectados. Esta es una historia que se repite cada temporada, pero que ahora, con la presión de la ciudadanía, parece haber tenido una reacción más ágil. Cepeda Anaya afirma que las evaluaciones se mantienen activas con la intención de reabrir las vialidades lo más pronto posible.

En cuanto a la infraestructura federal, el panorama no es menos preocupante. Son más de mil metros los que registran daños, aunque al menos ya se reporta un avance del 55 por ciento en los trabajos de rehabilitación. Se avanza, pero la realidad es que en Tamaulipas cada tormenta es también una factura pendiente.

Las carreteras no solo conectan ciudades, también sostienen la economía, permiten el traslado de insumos y garantizan que las emergencias puedan ser atendidas. Cada peso invertido en su reparación es un paso hacia la recuperación, pero también un recordatorio de la fragilidad de la infraestructura frente a la fuerza de la naturaleza.

La tormenta Barry pasó, pero dejó claro que aún queda mucho por hacer en materia de prevención, mantenimiento y planeación.

En la intimidad… Mientras la atención está volcada en la infraestructura dañada, en Matamoros la comunidad universitaria escribe otra historia, una que no hace ruido pero transforma vidas.

La Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Tamaulipas mantiene un ritmo constante de actividades de humanismo social. Cada año, realizan cerca de cuarenta acciones de servicio a la comunidad, llevando salud y esperanza a sectores vulnerables.

En su programa “Salud y glucosa al día”, los estudiantes y docentes visitan centros asistenciales como el Asilo Pan de Vida, donde los adultos mayores, muchos de ellos sin familia, reciben atención médica periódica. Revisiones de glucosa, control de la presión arterial, cuidados generales y, sobre todo, compañía.

Estas visitas van más allá de lo clínico. Buscan despertar en los futuros médicos un sentido genuino de empatía y compromiso social. La salud emocional también es prioridad, porque saben que la soledad pesa tanto como la enfermedad.

La Facultad no se limita a los asilos. También realizan colectas de cobertores, ropa y alimentos, además de visitar casas hogar y escuelas primarias donde ofrecen pláticas de salud, reparten cepillos de dientes, pastas y hasta mochilas con útiles escolares. En fechas especiales, llevan alegría con dulces y piñatas al Centro de Atención Múltiple “Tzehuali”.

Esta labor discreta pero constante es la otra cara de Tamaulipas. Una cara donde la juventud, con bata blanca y corazón abierto, ayuda a construir un mejor mañana. Una cara donde la dignidad humana no es olvidada.a

davidcastellanost@hotmail.com
@dect1608

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Opinión

Tampico no puede ser capital de las huastecas si no respeta su herencia

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Julián Javier H.

TAMPICO.- Usted, originario de esta ciudad, dice que Tampico significa lugar de perros de agua o lugar de nutrias. Bueno, pues, está equivocado.

La traducción exacta es lugar de perros, pero canes o individuos del canis lupus familiaris. Esta es la toponimia correcta.

Lo sabían los fundadores cuando establecieron la ciudad en 1823. Poco después lo plasmaron en el escudo de armas que aprobó el Congreso del Estado en 1828.

Pie de foto
Escudo de Armas en la Sala de Cabildo de Tampico

Dos perritos miran desde la orilla el paso de un lanchero; son canes, no nutrias. Sus patas y su cola son largas; sus cuellos se estiran como buenos sabuesos para olisquear el aire.

Pero, el 27 de marzo de 1973, los desaparecieron. Dejaron en su lugar un par de nutrias, ya que un comerciante, Joaquín F. Cícero, sin conocimiento de la lengua tének, juzgó que estos animales eran mejores que los perros, y exigió el cambio.

Solo el cronista Antonio Martínez Leal denunció el atropello a las raíces de la ciudad. El sector empresarial no dijo nada.

Tampico, literalmente, está formado por dos palabras huastecas: tam, lugar de, y piko, perro, el cánido terrestre.

Hoy, Aurelio Regalado Hernández, actual cronista del puerto, propone la restitución de la toponimia clásica (y verdadera) de Tampico: lugar de perros y nada más, sin nutrias, castores ni otros acuáticos.

Pie de foto
Escudo de Armas en el acceso principal de Placio Municipal de Tampico

Para los escépticos, Regalado seleccionó algunos libros que prueban este significado, como el Vocabulario huasteco del estado de SLP, de 1977, escrito por Ramón Lanser; Noticia de la Lengua Huasteca, de Carlos Tapia Centeno, y el venerable Arte y vocabulario del idioma huasteco, impreso en 1711 por Seberino Bernardo de Quiroz. La coincidencia es unánime: pico’ significa perro. Rechazarlo, a pesar de la evidencia, es rechazar una herencia de siglos.

El pueblo huasteco pervive en esta ciudad tanto en la sangre de sus habitantes como en la comida, la música y el lenguaje.

Tampico no puede convertirse en capital de las huastecas, que abraza partes de San Luis Potosí, Veracruz e Hidalgo, si no muestra respeto por el significado original de sus palabras.

Si algo gusta a los visitantes, precisamente, es la herencia huasteca presente en pemoles, zacahuiles y huapangos.

Por lo tanto, reintegrarle a la ciudad la toponimia correcta, como propone Regalado, es un acto de justicia y reconciliación.

Si normalizamos estos errores de carácter histórico, incluso si cometemos más, Tampico no significará lugar de perros, sino lugar de tontos.

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Opinión

Discriminación y racismo latente en México

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Por: Zaira Rosas
zairosas.22@gmail.com

Los seres humanos estamos llenos de diferencias, mismas que deberían constituir
nuestra mayor fortaleza, sin embargo, en pleno siglo XXI pareciera que estas
diferencias son motivo suficiente para separarnos y generar prácticas constantes
de racismo y discriminación. Sí, aunque nos cueste creerlo México es racista y con
su misma gente.
Cuando escuchamos la palabra racismo pensamos en movimientos como los
generados en Estados Unidos después de la muerte de George Floyd o en la
lucha por la defensa de derechos humanos que durante siglos han librado las
personas cuyo color de piel no es blanco, sin embargo, el término sigue siendo
ajeno a las y los mexicanos, aunque constantemente perpetremos actos de
discriminación por diferencias similares.
El racismo es latente en nuestro país, muestra de ello es el trato preferencial que
tienen personas de tez blanca en múltiples lugares del país, las oportunidades de
trabajo que se ven disminuidas ante el oscurecimiento de la piel, los estereotipos
que quizás de forma inconsciente construimos y se ven replicados en el entorno
mediante medios de comunicación.
Un ejemplo es el video viralizado de una mujer agrediendo verbalmente a un
policía de CDMX, donde le gritaba de manera peyorativa “indio”, “naco” y otras
palabras por haberle puesto una araña a su carro y no querer pagar el
parquímetro. Acciones como esa suceden diario, principalmente en espacios de
gran desigualdad económica, hasta pareciera irreal que alguien de una tez no
blanca pudiera acceder a otras oportunidades.
Lo más preocupante es que esta discriminación no es solo anecdótica, sino
estructural. Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS 2022),
realizada por el INEGI, el 23.7% de la población mexicana declaró haber sido
discriminada en el último año por motivos de tono de piel, forma de vestir o clase
social. Esta cifra aumenta al 29% entre personas indígenas, y al 34% en personas
con discapacidad.
Además, el estudio “Por mi raza hablará la desigualdad” del Consejo Nacional
para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) y el Colegio de México, señala que
las personas con piel más clara tienen 52% más probabilidades de acceder a
educación superior que quienes tienen piel más oscura. En lo laboral, quienes
tienen tono de piel más claro ganan hasta 60% más que quienes tienen tono de
piel más oscuro, incluso realizando funciones similares.

Los medios de comunicación también tienen una responsabilidad significativa. En
televisión, comerciales o revistas, predomina una imagen estandarizada de
belleza: blanca, delgada, con rasgos europeos. Esta representación refuerza la
idea de que el éxito, la riqueza y la belleza son exclusivas de ciertos sectores de la
población, dejando fuera a la gran mayoría de mexicanos y mexicanas, que se
reconocen como morenos o de piel cobriza.
Este racismo no solo es cultural, también es político. La representación de pueblos
indígenas en espacios de toma de decisiones es prácticamente nula. Aunque
México reconoce más de 68 grupos lingüísticos originarios, sus voces siguen
siendo sistemáticamente ignoradas o utilizadas como símbolo folklórico, pero no
como actores activos en la vida pública nacional.
Reconocer que lo anterior es parte de nuestra realidad es el comienzo de cambios
estructurales necesarios para avanzar, comenzando con la educación básica
donde reconozcamos la diversidad y las diferencias como una fortaleza, tener
campañas de sensibilización y exigir una mayor representación, donde la
diversidad sea tangible incluso en las narrativas cotidianas. Comencemos a
transformar nuestros prejuicios para después lograr mejores formas de convivir.

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Opinión

El olvido ciudadano

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En Tampico, cuando el agua empieza a tocar los límites de los hogares, el miedo no es gratuito. Las lluvias recientes han encendido las alarmas en un municipio acostumbrado a convivir con cuerpos de agua que, en tiempos de bonanza, son orgullo turístico, pero en temporada de lluvias se transforman en amenaza latente.

El Plan Tamaulipas mantiene hoy en alerta a la Guardia Estatal, cuyos elementos recorren puntos estratégicos como el río Pánuco, la laguna del Chairel, la laguna de El Charro y el Canal de la Cortadura. Estos sitios, conocidos por todos los tampiqueños, son vigilados con la promesa de evitar tragedias mayores. La presencia de los elementos estatales no sólo es preventiva; también es operativa, pues están ofreciendo apoyos de traslado en caso de que alguna familia requiera salir de su hogar por riesgo inminente.

Las imágenes de patrullas recorriendo las zonas ribereñas ya se han vuelto comunes. A simple vista, puede parecer un acto rutinario, pero detrás de cada recorrido hay un fondo que debe inquietar: las zonas más vulnerables de la ciudad siguen siendo las mismas. Colonias que año con año enfrentan el riesgo de quedar bajo el agua, donde los habitantes conocen el protocolo de memoria: levantar muebles, resguardar documentos y preparar las mochilas de emergencia.

La Secretaría de Seguridad Pública de Tamaulipas, junto con otras instituciones, continúa sumando esfuerzos en este operativo. Sin embargo, la prevención real no puede limitarse a la vigilancia o al traslado en lanchas improvisadas cuando ya todo está anegado. Hace falta una política pública que atienda el problema desde su origen, con obras hidráulicas efectivas, reubicaciones dignas y, sobre todo, voluntad política para dejar de administrar el riesgo y, en su lugar, eliminarlo.

Mientras tanto, la recomendación sigue siendo la misma: llamar al 911 o al 089. Dos números que, en ocasiones, se marcan más con resignación que con esperanza.

En la intimidad… En medio de este clima de incertidumbre y vigilancia por las lluvias, una imagen distinta alienta el corazón de varias familias tamaulipecas. Dieciocho jóvenes estudiantes del Centro de Idiomas para la Niñez y la Adolescencia de la Universidad Autónoma de Tamaulipas emprendieron una experiencia internacional que, sin duda, marcará su formación y su vida.

El rector Dámaso Anaya Alvarado, acompañado de su esposa, Isolda Rendón de Anaya, despidió al grupo con un mensaje claro: la educación no debe tener fronteras. Estos jóvenes, de entre 14 y 18 años, ahora se encuentran en Canadá como parte del programa Verano en Canadá, realizado en colaboración con la Universidad de Victoria.

El ambiente fue emotivo. Madres, padres y familiares entregaron a sus hijas e hijos confiando en la universidad, en un ejercicio de corresponsabilidad donde la educación trasciende las aulas. Atrás quedó el bullicio de la despedida y comenzaron los días de inmersión cultural y lingüística que, sin duda, abrirán nuevas ventanas a estos estudiantes.

El respaldo institucional, a través de Familia UAT, permitió que esta oportunidad se materializara, consolidando a la universidad como un espacio de formación integral. No sólo se trata de aprender otro idioma; es la oportunidad de conocer otro mundo, de ampliar horizontes y de confirmar que la educación, cuando se asume con compromiso, transforma vidas.

Tiempos de lluvias y aguas altas en Tampico, pero también días de esperanza y crecimiento para las nuevas generaciones. Así es la vida en esta tierra de contrastes.

davidcastellanost@hotmail.com
@dect1608

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