Hace un par de días leí la opinión del pintor Carlos Ostos, donde exponía que en México no a todas las muertes se les da la importancia que merecen. Que varios de los muertos gozan con el privilegio de trascender y de esta forma la población, o ciertos sectores de ella, se indignen, porque sí, no habló de todos los muertos, sino de los que fueron asesinados, de esos que fueron callados por una u otra razón o circunstancia.
Cómo es posible que sólo algunos de estos asesinatos conmuevan y otros pasen completamente desapercibidos. Cómo es posible que algunas de estas muertes toquen movimientos y ocasionen marchas, mientras otros no son mencionados ni siquiera en un twit.
¿Cuántos mexicanos han caído tan sólo en este año? No, ya no es fácil fiarse de las estadísticas, porque como casi todo lo que se desprende de “las cifras oficiales”, viene con varias capas de maquillaje, con ese oleaje de engaño que nos entregan nuestras autoridades.
Hace un par de semanas una estudiante, un pequeño de dos años, cuatro militares y seis delincuentes, hace una semana una activista, ayer el director del ISSSTE en Tehuacán, Puebla, una chica con una navaja entre las piernas hallada en un lote baldío y el periodista Jesús Javier Valdés Cárdenas, colaborador de La Jornada y fundador de Ríodoce, corresponsal de Sinaloa, uno de esos periodistas que a pesar de saber el peligro que corren se la jugó, escribiendo libros para documentar la narcopolítica.
Y no, no es que una de esas muertes valga más que la otra, pero mientras cada una de ellas siga quedando impune está ola de homicidios no va a ceder.
A los mexicanos se les asesina por todo: por ser mujer, por ser militar, por estar en contra del sistema, por levantar la voz, por exhibir a los delincuentes que están fuera y dentro del gobierno, por estar en el lugar equivocado cuando hay algún enfrentamiento entre narco y fuerzas militares.
Será acaso como decía Juan Rulfo (quien por cierto hoy estaría cumpliendo 100 años), que la muerte se toma como una cosa natural, ya que nosotros, los latinoamericanos, tenemos un modo muy diferente al de los europeos de pensar en la muerte: “Ellos nunca piensan en la muerte hasta el día en que se van a morir”, decía. Por el contrario, “los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte, hasta para despedirse en la noche dicen ‘Dios mediante’ o ‘si Dios nos da vida’, dicen ‘Hasta mañana si Dios nos da vida’. Porque siempre conviven con la muerte”.
¿Será acaso que México se está convirtiendo en el Comala de Pedro Páramo? Dónde ahora sólo habitan dos clases de muertos; esos que están bajo tierra y los otros que pasan de largo como ánimas en pena.
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