Cuando el gobierno municipal de Tampico anunció que demolería los antiguos mercados municipales, en pleno invierno de 2015, para edificar en ese lugar un nuevo complejo de varios niveles donde tendrían espacio tanto los mismos concesionarios de esos centros de abasto, como los locatarios del centro gastronómico, al que igualmente se echaría abajo, hubo un numeroso grupo de comerciantes, apoyados por corrientes políticas, que efectuó protestas y bloqueó la calle frontal del palacio municipal, argumentando que se trataba de históricas construcciones, como en efecto lo eran, protegidas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Pero lo cierto es que, aún con la alternativa planteada por los opositores al derribe para conservar las instalaciones originales y sólo restaurarlas, en aquellos días no hubo representante ninguno del INAH, ni de instancia alguna encargada de la preservación del patrimonio arquitectónico, que tan siquiera haya manifestado una postura oficial al respecto, ya no se diga que interpusiera una demanda de amparo, y no como respuesta al clamor de los oferentes del área, sino más bien siguiendo la línea que establece para bienes públicos de tal valor la legislación federal.
Del año 1926 es que databa aquel conjunto de naves que estuvo situado en toda una manzana, y del que formaba parte el todavía existente mercado Francisco I. Madero, que está cumpliendo 90 años con más pena que gloria y ante la indiferencia gubernamental, justo como ha ocurrido con esa otra propiedad pública que es la escuela primaria Emilio Portes Gil, de la colonia Guadalupe Victoria, histórico edificio de una sola planta cuya aparición fue anterior a la expropiación petrolera, y que si bien no ha sido derribado, tampoco se lo ha rescatado del estado de deterioro que empezó a ser más notorio en la última década.
Distinto es el caso del colegio Froebbel, de la colonia Altavista, y que se halla justo al lado del también antiguo inmueble que ocupa la ahora llamada Universidad Tec Tampico, escuela, la primera de las antes citadas, que surgió en la década del 20 en el siglo pasado, poco después de las celebraciones del centenario de esta ciudad y puerto, ya que se lo mantiene en perfectas condiciones, acaso por tratarse de una institución particular, como también lo fue, mientras existió, el desaparecido colegio Motolinía, cuya emblemática construcción comenzaron a reducir a escombros el pasado 12 de julio.
¿LA MANSIÓN DE UNA MONARCA?
De tal casona existe una leyenda urbana que especula sobre una supuesta propietaria original muy singular: ni más ni menos que la monarca de los países bajos, cosa que no deja de ser sino una romántica historia, con todo y que, ciertamente, el famoso Club de Regatas Corona, de Tampico, debe su nombre a una compañía petrolera de capital holandés que tuvo su edificio administrativo en el centro de esta ciudad, el cual aún existe, y de hecho los colores de la mencionada asociación deportiva son los originales: los mismos de la bandera de Holanda.
«Un conocido mío que trabaja actualmente en esas obras de demolición me contó que el día en que empezaron a dar golpe ahí, los vecinos y otro grupo de personas se introdujeron al predio manifestando su oposición a que tumbaran el viejo colegio, y ellos, los trabajadores, tuvieron que detener la maquinaria, pero entonces llegó un funcionario del ayuntamiento de Tampico y le aconsejó al responsable de la obra que mejor pararan todo y que prosiguieran ya entrada la noche, de preferencia en la madrugada, cuando nadie los viera, justo como hicieron cuando echaron abajo los mercados», relata Octavio N., residente de una colonia que colinda con la Águila, donde estuvo el Motolinía.
Pero no ha sido el único caso de un antiguo plantel escolar del siglo pasado que es destruido de la noche a la mañana en Tampico: un hermoso edificio de varios pisos cuya imagen formó parte del panorama urbano por décadas y aparece de hecho en múltiples fotografías tomadas a lo largo del tiempo, el aún recordado colegio «La Luz», tuvo un final similar, cuando en el trienio que presidió Oscar Rolando Pérez Inguanzo desapareció por completo de la avenida Hidalgo, donde fue erigido en el período de la bonanza petrolera.