Opinión

MÉXICO BRAVO… Por Alberto Ídem / “El último de los virreyes”.

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Faltaban menos de 24 horas para la visita del presidente Enrique Peña al sur de Tamaulipas, concretamente Altamira, cuando, parafraseando al astronauta interpretado por Tom Hanks en la película “Apollo XIII” (Ron Howard, 1995), alguien pudo haber gritado desde la casa de gobierno en la capital política del estado: “Vicky, tenemos un problema”.   Un conflicto de intereses por el reclamo legítimo del pago de viáticos por parte de elementos de la policía estatal “Fuerza Tamaulipas”, acabó convertido en una verdadera situación de crisis para el poder ejecutivo estatal. La entidad se quedó sin vigilancia local durante horas por algo que las autoridades estatales tuvieron diez largos meses para resolver. ¿Porqué es que se hizo tan “cardíaco” el cumplimiento de dicha prestación, de tal derecho legal a los efectivos policiales por parte del aparato gubernamental que encabeza Egidio Torre Cantú. ¿Cómo es que todo terminó degenerando en una noticia nacional, en una gran protesta de inconformidad precisamente enfrente de lo que equivale, en territorio tamaulipeco y guardada toda proporción, a la residencia oficial de Los Pinos? ¡Y justo en la víspera del arribo, en gira, del mandatario nacional, caramba!

Si en los años previos a la transición política, a la era de la alternancia en el poder federal que fue inaugurada en el año 2000, alguien hubiera vaticinado que en Tamaulipas algún día habría desacuerdos grandes, severos, entre un gobernador de este estado y un gobernante nacional emanado del mismo partido, seguramente el tal augurio habría provocado carcajadas tan sonoras y estridentes como las que soltó Roberto Madrazo Pintado cuando, siendo candidato del PRI a la presidencia tras haber dejado el liderazgo general de ese mismo partido, y de gira por Tampico, el compañero Manuel Sevilla, entonces en plenitud de sus facultades físicas, le preguntó, al término de una rueda de prensa, si acaso iría a aceptar “el triunfo de Andrés Manuel López Obrador” por encima de su candidatura, en caso de que se llegara a dar en los comicios de julio de aquel 2006, cosa que al final ocurrió, porque aún y cuando el tabasqueño no obtuvo la mayoría de los votos para ser presidente y perdió por una nariz y lentes calderonianos (en la tan recordada, cerrada y polémica elección que los pejistas llamarán por siempre del “pinche fraude”), sí le pudo ganar al abanderado priísta, haciéndolo caer hasta un inobjetable y lejano tercer lugar en el número de sufragios obtenidos.

En la actualidad, para nadie es un secreto en los círculos políticos, y más contundentemente en la cúpula del poder tamaulipeco, que hay un desentendimiento grave, y desde hace mucho, entre el mandatario nacional y Torre Cantú. Más de una columna política de un periódico estatal “golpeaban” al aparato peñanietista cuando todavía no cumplía ni su primer año en funciones, bajo el argumento de que se quería “imponer desde el centro”, teorizaban los analistas victorenses, una reforma electoral que “facilitaría la imposición de un candidato a gobernador centralista, más afín a los intereses del ejecutivo federal y de “sus negociaciones con la oposición, concretamente con el PAN, para entregar Tamaulipas”, sentenciaban como pronóstico los que así escribían en estas tierras. Tal atrevimiento por parte de la tierra que, igual que otros bastiones priístas, se volvió una suerte de “virreinato” en los doce años del panismo en el poder nacional, le costaría muy caro a un sistema político estatal que no terminó de entender, tras el 2012, que el gobierno federal ya no era contrario a la ideología de la cual ha emanado siempre, desde principios del siglo pasado, cuando la era posrevolucionaria, todo mandatario tamaulipeco. A partir de aquellos ayeres y hasta nuestros días, pasando por la “era del México moderno” y a diferencia de lo ocurrido con la llegada del nuevo milenio a nivel nacional, acá jamás nunca ha perdido el poder la organización política registrada como Partido Revolucionario Institucional.

En la mayoría de las últimas reuniones del Grupo de Coordinación Tamaulipas para la estrategia nacional de Seguridad en las cuales se ha requerido la presencia del presidente Peña o, por lo menos, del secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ninguno de los dos se ha hecho presente, y se ha delegado tal responsabilidad a funcionarios de segundo nivel. La suma de tal “detalle” al hecho ocurrido ayer por la tarde en Ciudad Victoria, sólo se equipara al primero y segundo año del mandato peñanietista, cuando los hechos violentos en territorio tamaulipeco empezaron a sucederse en forma tan notoria, alarmante y atroz como habían estado ocurriendo ya en los últimos años del gobierno calderonista, a partir de la explosión de violencia y criminalidad que se dio tras la separación de la organización delictiva local, y que hizo ver su clímax en el asesinato del que fue candidato priísta a la gubernatura, Rodolfo Torre Cantú… hermano del actual mandatario.

En el verano del año 14 de este nuevo siglo, el segundo de Peña Nieto, de plano se declaró incompetente de manera pública y oficial, en los hechos aunque no en el discurso, al ejecutivo estatal en materia de seguridad pública, y fue sólo tras el nuevo disparo en la guerra entre bandas, acaecido a partir del sábado 5 de abril de aquel 2014, cuando, dos meses después, se oficializó la aplicación de la Estrategia nacional para Tamaulipas en ese rubro, dejándose todo en manos de los mandos de las secretarías de Marina y la Defensa Nacional. Casi un bienio más tarde, con lo de ayer, se puede llegar a hacer conjeturas, especulaciones y hasta lanzar una que otra tesis. Lo cierto es que resulta bastante insólito el que una fuerza policial creada por el estado, pero abastecida principalmente con elementos “licenciados” (con permiso) para tales fines por las fuerzas federales, realicen una manifestación de semejantes proporciones enfrente de la residencia del mandatario estatal, justamente a unas horas de la gira que este martes efectuó por tierras tamaulipecas el ejecutivo federal. ¿De cuál de los dos lados pudo venir “la luz verde” para tal protesta? ¿Fue acaso algo espontáneo, no premeditado ni planeado desde ninguno de los citados frentes…? ¿Fue realmente una decisión de los efectivos que habrían actuado por sí solos…? ¿O el escenario ante cual estamos es un aviso de lo que viene? ¿Asistimos, quizás, a una escena en verdad inédita: al pataleo del último de “los virreyes”…?

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