Es el título de una de las más afamadas, clásicas novelas de la literatura universal, obra de León Tolstói, el autor de Ana Karenina. La guerra y la paz que alternaban por períodos relativamente breves, o ya prolongados, en la etapa más afrancesada de la era de los zares, eran retratadas con curiosidad plástica por el escritor ruso en la trama de esa historia que bien podría haber correspondido a la Roma antigua, o al mundo Griego, o al actual Estados Unidos, o incluso a la vieja España, o a cualquiera de las grandes civilizaciones que han logrado trascender a su decadencia en cada continente a lo largo de la existencia humana. Filosofando entre el poder destructivo, pero también liberador que tiene todo conflicto armado, y la vulnerabilidad, tanto como riqueza y crecimiento que traen consigo las épocas pacíficas para el ser humano, todo a propósito del aniversario número 70 de la devastación física, emocional y espiritual que provocó a perpetuidad el uso de la bomba atómica contra el pueblo japonés, fue imposible, para el que estas líneas escribe, dejar de hallar una relación entre ambos estados, el apacible y su opuesto (siempre presentes, siempre latentes), y la actividad política en este bárbaro país de tierra brava y gente bronca, pero también de paisajes tranquilos y acogedores habitados por personas nobles de naturaleza tranquila. Así, recordaba por ejemplo que hace poco más de dos décadas, a unos meses de iniciado el sexenio Zedillista, se revelaba la supuesta identidad del personaje auto-denominado Subcomandante Marcos, señalándole con el nombre de un tal Rafael Sebastián Guillén Vicente, filólogo y filósofo de origen tampiqueño que hasta antes de su sublevación y declaratoria de guerra al gobierno, en la entrada del año previo, había impartido conferencias y cátedras. Tras el tristemente célebre «error (económico) de diciembre» proclamado por el exmandatario Carlos Salinas contra su sucesor y la consabida, consiguiente detención del hermano incómodo, Raúl, vino algo más que una guerrita entre «comandantes» supremos del revolucionario institucional como no la había habido hacía mucho: llegó una confrontación real entre fuerzas y grupos de choque político cuya imágen más patética fue la de fotografías de hombres muertos de piel morena en uniforme militar, entre los matorrales de la selva lacandona, con rifles de madera entre sus brazos. Fotos que las agencias internacionales de noticias se encargaron de difundir por todo el mundo.
“Declaaaro la gueeerra en con-tra dé, mi peooor enemiiigo que-és…», cantaba el juego infantil de los ochenta que consistía en acabar mencionando el nombre de la amiguita o amiguito en turno y echarse a correr cuanto antes… como hacen ahora los que rompen filas y se marchan de los partidos en que hasta ese momento militaban, apenas se enteran de que las candidaturas en las que están seriamente interesados, o interesadas, no serán para ellos. Uno que otro llega a tener éxito en esa guerrera aventura, pero el resto se queda en la contienda electoral como soldado caído del bando contrario. Las batallas por el voto, sin embargo, las escaramuzas, comienzan desde antes de la invasión, en la escena social, en la escena pública, de los partidos en pugna como batallones a la conquista de pueblos, de ciudades enteras, de un estado y hasta de una nación. Es el caso, por citar al más próximo, impaciente y acelerado, del priísmo tamaulipeco, que aún antes de la ya pasada elección federal, desde el año pasado, alistaba a su infantería, velaba su artillería y preparaba a sus mejores «generales» para la gran confrontación que vendrá en el 2016: la lucha por gobernar el estado. El hijo de un exgobernador, incluso, filtró vía redes sociales en plena jornada de votaciones, el primer domingo de junio pasado, que sería él el » bronco» tamaulipeco… pero que le ponen candados en el ajuste a la ley electoral de la entidad, los diputados locales, y entonces no le ha quedado más que comenzar a hablar, desde ahora, de convertirse, al naranja, del que su primo, otrora blanquiazúl, par de veces aspirante a «góber», es líder estatal. Y es que otro de los que la quieren dentro del PRI, el expacificador tamaulipeco de Chiapas, Marco Antonio Bernal Gutiérrez, comienza a emocionarse cada vez más con la posibilidad de que el «gallo» del que está agarrado en la cúpula de su partido, Manlio Fabio Beltrones, sea ratificado como líder nacional del tricolor. Esto, por supuesto, no dejaría desanimado al «macizo» del gobierno federal que desde iniciado el mandato peñanietista pintó para ansiar la gubernatura, pero sí desencantaría, y vaya que desanimaría, al dirigente de la bancada priísta en el congreso estatal, Ramiro Ramos Salinas, para infortunio de quienes, como el también legislador Erasmo González, pretendiente del abanderamiento para alcalde maderense, se arrimaron abiertamente a dicho árbol a fin de que su sombra los cobijase.
Y, sin embargo, al final la designación podría no recaer en ninguno de ellos, o para que suene más claro: en nadie que forme parte del plural masculino, sino que sería para alguien muy singular… y femenina. Puede ser que tal cosa esté pactada, como todo pacto a fin de cuentas, desde los altos mandos del sistema. Es posible que en vez de armamentismo dentro del partido en Tamaulipas, o al menos deseando que no lo hubiera, haya más bien, el próximo año, una suerte de armisticio interno en búsqueda de la tan ostentada o ansiada unidad, y que en lugar de guerra, lo que se busque, «para salir fortalecidos» rumbo a los comicios constitucionales, sea una especie de paz salomónica que neutralice los ánimos y aliente el optimismo entre las divergentes estructuras tricolores. Y si lo que se quiere es paz, especulan ya varios en la conurbación sur del estado, ¡qué mejor que soltar una paloma pacificadora ya calada y con éxito, gente del poder nacional, pero también estatal… y municipal de Tampico. Porque al sur -se emociona con su propia tesis e idea una oveja vuelta al redil del PRI que regresó como el caballero andante con banderas en alto y dice que quiere otra vez lo mismo que la hizo dimitir y triunfar en su municipio hace cinco años, pero ahora sin renunciar-, «ya le toca». Y si le llega a tocar, aquí sí que se cumpliría, con los mismos apellidos, aquello de «Guerra y Paz», de lo que escribió Tolstói en el siglo antepasado.
Por Alberto Ídem.