México se acostumbró a la muerte. La celebra, la baila, la pinta y la convierte en altar. Pero la normalizó tanto, que ya no la distingue. Lo mismo se honra a los muertos del panteón que a los caídos por la violencia; lo mismo se aplaude la tradición que se justifica el crimen.
Mexicanos hemos aprendido a convivir con el escurrimiento de sangre como si fuera parte del paisaje nacional, como si fuera parte de nuestra ilustración urbana, pero, cuidado, que detrás de ese folclor que exportamos al mundo, hay una sociedad que también se volvió sorda y muda ante los nacimientos sin control, ante los hijos que llegan al mundo sin planeación, sin cuidado, sin Estado. Niños “criados” entre el abandono, la precariedad y la indiferencia institucional que un día nacen, se reproducen y crecen para convertirse en el reflejo más cruel de lo que somos —-asesinos-—.
Lo dijo con una claridad brutal Grecia Quiroz García, viuda de Carlos Manzo Rodríguez, el alcalde de Uruapan asesinado este primero de noviembre: “Ayer no solo murió él, murieron dos… otra madre hoy está llorando en su casa, quizá si a tiempo hubiera educado a su hijo, le hubiera dado amor, cariño, lo hubiera guiado, ese hijo no hubiera atentado contra la vida de mi Carlos.”
Ahí está el espejo. No lo sostiene un académico ni un político. Lo sostiene una mujer que perdió a su esposo en manos de un país que fabrica asesinos desde la cuna.
Pero la tragedia de Uruapan no es una historia aislada, allá van décadas de asesinatos, es más, pareciera que desde antes de que conociéramos la absurda guerra de Calderón, sin embargo, esos tiempos ya pasaron y no hay pretextos para el presente régimen centralista. Lo de Manzo es la décima marca en una lista que debería avergonzar al gobierno federal y, en particular, a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, que carga ya con diez presidentes municipales asesinados en poco más de un año de mandato:
Alejandro Arcos Catalán (Chilpancingo, Guerrero) – 6 oct 2024
Román Ruiz Bohórquez (Candelaria Loxicha, Oaxaca) – 15 oct 2024
Jesús Franco Lárraga (Tancanhuitz, San Luis Potosí) – 15 dic 2024
Mario Hernández García (Santiago Amoltepec, Oaxaca) – 15 may 2025
Isaías Rojas Ramírez (Metlatónoc, Guerrero) – 2 jun 2025
Yolanda Sánchez Figueroa (Cotija, Michoacán) – 3 jun 2025
Salvador Bastida García (Tacámbaro, Michoacán) – 5 jun 2025
Acasio Flores Guerrero (Malinaltepec, Guerrero) – 21 jun 2025
Miguel Bahena Solórzano (Pisaflores, Hidalgo) – 20 oct 2025
Carlos Manzo Rodríguez (Uruapan, Michoacán) – 1 nov 2025
Diez alcaldes muertos bajo la misma estrategia, bajo la misma narrativa de seguridad encabezada por Omar García Harfuch, el mismo discurso reciclado que presume coordinación mientras el país se desangra, cero impunidad, “iremos hasta las ultimas consecuencias” #ptm
Durante años, la izquierda mexicana se alimentó del conteo de muertos. Lo usó como bandera moral, como argumento de campaña, como símbolo del cambio que prometían. Hoy, en el poder, los números se les devolvieron como espejo y como juicio. Gobernar es más difícil que denunciar, y sus resultados son la prueba más amarga de su fracaso sentenciado.
El Estado mexicano no solo es incapaz de impedir los asesinatos de sus presidentes municipales; también es responsable de producir las condiciones sociales que los hacen inevitables. La delincuencia no se improvisa: se gesta en los márgenes, en la pobreza, en la impunidad, en la ausencia de justicia, y en la complicidad política que sigue midiendo los homicidios como si fueran cifras presupuestales.
En la intimidad… Me habría gustado escribir de la fiesta, de los altares y del olor a copal. Me habría gustado describir el colorido del Día de Muertos, la alegría que se cuela entre las tumbas. Pero no se puede. No cuando el país convierte a sus muertos en estadística, ni cuando un alcalde cae a tiros en plena celebración pública.
Lo que le ocurrió a Carlos Manzo no es una anécdota de violencia: es una sentencia. Y su esposa, con la entereza que solo da el dolor, nos recordó que la tragedia no empieza con la bala, sino con el abandono. Que los criminales también fueron niños, hijos de alguien, olvidados de todos.
Su llamado no fue político. Fue humano.
“Más vale ir a la cárcel a ver a nuestros hijos que ir a llorarlos al panteón.”
Ese es el epitafio que debería escribirse en cada oficina del poder. No por Carlos, sino por lo que ya perdimos como país.
davidcastellanost@hotmail.com
@dect1608
Agatón Navarro
15 junio, 2015 at 23:00
Pues si tanto preocupa a los hoteleros que presionen a las autoridades para que se esclarezca, y pronto, el móvil y autor o autores de ese asesinato. No vaya a quedar impune.