Opinión

No es el Rancho Izaguirre, es México un lugar de fosas y desaparecidos

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Por: Zaira Rosas
zairosas.22@gmail.com

Hablar de un campo de exterminio es incómodo para las autoridades mexicanas,
las personas oriundas de Teuchitlán, Jalisco, tampoco quieren quedarse con la
asociación de horror que implica el hallazgo del Rancho Izaguirre, al menos
pertenencias de 400 personas, restos óseos y el indicio de más fosas alrededor es
lo que se toparon las madres buscadoras al ingresar al lugar el pasado 5 de
marzo.
Sin embargo, desde hace décadas hay hallazgos similares, ¿debería
estremecernos? ¡por supuesto! Se trata de un genocidio que ocurre en nuestras
narices y lo tenemos tan normalizado que al parecer nadie se inmuta al imaginar
que detrás de cada par de zapatos y mochilas encontradas existió la historia de
una vida con ilusiones de un mundo mejor.
Alrededor de México existen más de 60 colectivos de búsqueda, cuyo objetivo es
encontrar a sus familiares desaparecidos, al menos en 24 entidades del país
existe un colectivo que intenta recolectar la verdad, memoria y justicia para
quienes han perdido a algún ser querido y llevan incluso décadas sin saber al
respecto.
El Rancho Izaguirre es solo la sombra de la realidad de México, un país donde
todos escuchamos y conocemos de estos sucesos, pero elegimos ignorarlos para
una mayor comodidad, pues entre los desaparecidos están las personas más
marginadas, aquellas que se vuelven víctimas por su deseo de mejorar.
¿Estaban metidos en algo? Es uno de los cuestionamientos más frecuentes que
vuelve a revictimizar a quienes necesitan de la justicia de nuestro país, “a los
desaparecidos no se les juzga, se les busca” pues es el mismo crimen organizado
quien se ha valido de la necesidad de las personas para desaparecer a quien de
por sí nunca sería buscado. ¿Por qué ellos? Porque tal como muestran las
pertenencias encontradas en Teuchitlán, son restos sin nombre, historias que de
manera general se suelen ignorar.
¿Mientras tanto qué nos corresponde como sociedad? Ser críticos, pero no
respecto a si lo sucedido en Jalisco es parte o no de un montaje, nos toca ser
críticos con el entorno, exigir la búsqueda de la verdad y la memoria de quienes no
están. Desde las trincheras individuales podemos y nos corresponde hacer algo,
cada que surge una ficha de alguien desaparecido no esperemos a que sea
alguien conocido para replicarla.
México no es Auschwitz, porque aquí el horror está desperdigado, no hay quien
pueda explicar qué es realmente lo que ha sucedido y sobre todo no estamos bajo

un mismo régimen que pueda ser juzgado por las atrocidades. Nos enfrentamos a
contextos de macro criminalidad, donde no se vislumbra la línea de la justicia y la
verdad. Detrás de grupos criminales están las figuras de poder económico y
gubernamental o a la inversa. Prueba de ello son las múltiples fallas en la
investigación pues el rancho ya había sido intervenido por la fiscalía desde
septiembre 2024.
Desgraciadamente este no es el único campo de adiestramiento y exterminio, es
el primero que se encuentra bajo estas condiciones con las evidencias como ropa,
cartas, cuadernos con nombres. Sin embargo, se tiene idea de muchos otros y a lo
largo de años se han encontrado restos de al menos 5 más. Es por ello que los
sucesos no pueden volver a enterrarse en el olvido, que la memoria nos sirva
como resistencia y el impulso para estar alertas en la realidad.
¿Podemos frenar la violencia? Quizás no de manera directa, pero sí podemos
aliviar la necesidad de quienes terminan en manos del crimen organizado,
podemos ayudar a que no se publiquen en medios de comunicación las ofertas
laborales que son ganchos de tortura o denunciar aquellas que encontramos en
redes sociales. Nos toca como sociedad desenterrar la omisión e indiferencia, de
lo contrario también somos cómplices de todas las fosas clandestinas del país.

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