El universo, el destino, la suerte, quién sabe… El cielo de Mérida, esa tierra bañada por un sol inclemente que nunca o casi nunca se apaga, se suspendió por un instante en la misma órbita que las estrellas. El alma de la ciudad se encontró este fin de semana con el regreso de unos ojos tan luminosos como dos astros perdidos, que desde hace tiempo venían reclamando un retorno tan esperado. Natalia Jiménez, la española que, en su arte y esencia, ha conquistado a México.
El Foro GNP se convirtió en un templo efímero, en el que el aplauso reverberaba como eco de la admiración de un público que aguardaba como un amante a su musa. Antes de que la cantante se hiciera presente, la pantalla del escenario desplegó una biografía visual tan vibrante como la carrera de La Jiménez: imágenes de su infancia, su crecimiento artístico y la evolución de esa presencia magnética que no solo resplandece con su voz; una mujer cuya belleza es el reflejo de una pasión eterna, esa misma que sus fans reconocen con cada acorde.
Las luces se apagaron, y el primer latido del concierto llegó. «El Triste», aquella melodía que le pertenece al sur de Tamaulipas en la composición de Roberto Cantoral (1935-2010), esa mítica canción fue el arranque. ¿Qué mayor tributo a José José, a la música, a México y a su promotor, Daniel Morales, un hijo pródigo de Tampico, que ese vals melancólico, que, como el Big Bang, desbordó la atmósfera?…
… Y entre las notas, su voz, tan profunda, tan intensa, tan vulnerable, tan conquistadora que enamoró nuevamente al público de la península yucateca. Natalia, siempre con la misma intensidad que desarma su mirada.
La noche era perfecta, no tanto como la sonrisa de la Jiménez, que no necesita adornos, era una media luna que ilumina la más oscura de las noches. Pero no todo se redujo a su estampa, pues la sensualidad de su voz destilaba dulzura y poder. “Vivir así es morir de amor”, de Camilo Sesto, sonó como una declaración de principios, pero no en la intensidad de los hombres que amaron y sufrieron, sino en la madurez femenina que Natalia Jiménez encarna: decidida, fuerte y apasionada arriba del escenario.
Fue una noche mágica, un perfecto balance entre lo nostálgico y lo contemporáneo. La velada continuó con un desfile de melodías que hicieron vibrar el alma de los asistentes. Gavilán o Paloma; Como una ola, de Rocío Jurado; Niña, uno de sus éxitos del 2023 y el grito al Amor Eterno, perfectamente interpretado por Rocío Dúrcal, sin reclamos a Natalia, fueron parte del gozo que dio la bienvenida a la última semana del mes del amor y la amistad. Pero, como buena seductora, en un instante se convirtió en un personaje multifacético, capaz de regalar flores al público, pero al mismo tiempo haciendo sonreír al respetable con su carisma y sencillez.
Y entonces, como si todo fuera una suerte de baile cósmico, la melodía de los enamorados inundó el Foro. Es ahí donde la magia de la canción se funde con la magia de la mujer que canta. «Algo más”, con esa interpretación imponente, como una máxima expresión del amor y del deseo sin que las palabras jamás sean suficientes… y de repente, abandonó el escenario.
Y es que la seducción tiene momentos de cambios. De tránsito. Se presentó de nuevo en un vestido negro, el color del poder, del empoderamiento, lo inquebrantable, como un símbolo de guerra, y entonó su himno: «Creo, creo, creo en mí», una declaración de independencia emocional que resonó como una revelación para muchos, para muchas, como una cita con el corazón para otros. Era Natalia Jiménez, una mujer empática con el dolor del prójimo, y entregada aún sin siquiera conocer el nombre de cada asistente, los abrazó en amor consciente del sufrimiento que derrumba, pero, su himno es aún más poderoso que levanta y salva vidas desde hace una década, pues, precisamente en marzo de este 2025, se cumplen 10 años de su lanzamiento.
En fin… más tarde, abandonó el negro, para enfundarse en el rojo que encarnó la pasión. Roja como el fuego que consume y purifica, como el amor más salvaje, como un deseo tan irreprimible que estremece. Y es en este marco donde no pudieron faltar los boleros, aquellos bellos cuentos de amor que los oyentes esperaban. «Sabor a mí», como un encuentro fugaz pero eterno. En sí, Natalia con Mariachi y ese espíritu de escaramuza marcó el ritmo. Y al llegar al clímax de la noche, “la gata bajo la lluvia”, puso de pie al Foro GNP; Mérida, llevaba días con un clima distinto, ni su lluvia de media semana mojó tanto como esa poderosa interpretación; fue un poema de sensaciones que arrancó los aplausos, desapareció los asientos y nos recordó lo efímera y preciosa que es la vida misma.
En la intimidad… Natalia no es solo una cantante. Es la musa, la seductora, la voz que susurra y grita, la mujer que convierte un concierto en un acto de amor que perdura mucho más allá de sus canciones. Y así, como un romance eterno, ella dejó una marca imborrable, donde la pasión, la seducción y la música se funden en un único ser.
Y todo, todo es por culpa de Daniel Morales, el exvocalista de DTNT, un empresario de la industria musical con años de trayectoria y prestigio que hace de un día cualquiera una noche inolvidable para la vida y el corazón de los humanos, y sí, asociado con Seitrak y Apodaca, ambos, unos monstruos para la organización de eventos ¡Daniel Morales, lo está haciendo muy bien!
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