Por: Zaira Rosas
zairosas.22@gmail.com
A lo largo de los años la moda ha sido un símbolo de expresión, pero en
ocasiones también de opresión, principalmente cuando grandes casas de diseño
se apropian de la cultura de otras regiones sin siquiera dar crédito a quienes les
han robado su creatividad y con ello las raíces que hay detrás.
Hacer yoga sin entender la profundidad de su ideología, peinarse como una mujer
afroamericana siendo de piel blanca, usar bordados o textiles sin entender el
significado es justo lo que se conoce como apropiación cultural. El concepto es
claro, se trata de un fenómeno donde alguien se adueña de los elementos de una
cultura sin respetar el contexto original o devolver el valor a los propietarios.
Es fundamental entender lo anterior, porque, aunque pareciera inofensivo hacer
mezclas o fusiones de nuevos elementos, si no se tiene la humildad de entender el
origen de las culturas, usos, formas y costumbres, entonces estamos haciendo un
despojo de toda su cosmovisión.
Precisamente este despojo se presenta con frecuencia por tendencias, donde en
un supuesto intento de apreciación cultural y de poner en común el patrimonio de
la humanidad, se termina demeritando todo un proceso histórico, un claro ejemplo
lo acaba de vivir la diseñadora Aniz Samanez al igual que José Forteza, quienes
hablando en un seminario que buscaba posicionar la moda sustentable,
terminaron en declaraciones sumamente ofensivas hacia comunidades indígenas
de Perú.
La diseñadora señalaba que tenía el mismo derecho de aprender sobre la cultura
de la comunidad Shipiba simplemente porque también es peruana, hasta que en
redes sociales le hicieron ver que su privilegio no le permitía aprender mediante la
debida humildad y el verdadero interés sobre todo el proceso y trabajo que hay
detrás pues la diseñadora cuestionaba hasta los precios que le ofrecieron para
poder enseñarle todo sobre los tejidos de esta comunidad.
Por su parte el director de la revista de moda más reconocida, José Forteza
externó que todos tenemos ancestros comunes y que de no ser por la diseñadora
las personas que se dedican a elaborar el trabajo artesanal “seguirían muriéndose
de hambre”. Ante declaraciones tan lamentables por parte de ambos personajes,
se ofrecieron disculpas tardías al respecto, mismas que si bien son necesarias son
insuficientes.
Lo ocurrido es un ejemplo cotidiano de temas que no entendemos, de por qué
preferimos la opresión y no el aprendizaje. Cuando se presentan estos sucesos
son un reflejo del funcionamiento de nuestra sociedad, donde el privilegio nos
nubla y nos olvidamos de la valía que tienen nuestras culturas. En efecto
podríamos pensar en ancestros comunes, pero es fundamental entender el
significado que otorgan a todo lo que hay alrededor de la elaboración de un textil.
Tan solo en México detrás de cada bordado que representa a las regiones de
nuestro país, no solo se trata de ver figuras diversas, si no la representación que
hay detrás, la comunidad que se forma para vivir estos aprendizajes. E incluso
cómo va transmitiéndose de generación en generación.
Alguna vez un señor me compartía que cuando una lengua originaria se pierde
rompe también con una manera distinta de entender el mundo, de ahí la
importancia de entender y cuidar de nuestras raíces.
El problema no está en fusionar la cultura, sino en disfrazar de apreciación la
apropiación. Cuando hay respeto por el trabajo de otros, se estudia, se valora y se
comprende. En cada artesanía no solo hay piezas de colección, sino historias que
relatan años de opresión y aprendizajes que deben posicionarse bajo nuevas
miradas.
Si verdaderamente queremos exaltar nuestras culturas, hagámoslo de la manera
correcta, entendiendo sus territorios y contextos, respetando sus percepciones,
relaciones y sobre todo sin aprovecharnos de su necesidad. Pues ¿de qué sirve
conocer tanto de técnicas de desarrollo y crecimiento si las realizamos a través del
despojo y la opresión disfrazándolas de salvación?