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¿Quién sigue?

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Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha estado atada a la necesidad de hacer fila. En la antigua Roma, los ciudadanos se alineaban pacientemente para acceder a los mercados bulliciosos y a los espectáculos en el Coliseo. En la Edad Media, las ferias y mercados eran escenarios de esperas ordenadas para obtener productos esenciales. Parecía que la práctica de hacer fila estaba destinada a evolucionar con la civilización.

La Revolución Industrial trajo consigo la urbanización y el surgimiento de fábricas. Las estaciones de tren, los nuevos establecimientos comerciales y los mercados comenzaron a implementar colas más estructuradas. Durante las guerras mundiales, hacer fila se convirtió en una práctica esencial para la distribución de alimentos racionados. Las colas de racionamiento eran un recordatorio constante de los tiempos difíciles.

Y así llegamos a la era contemporánea, donde las filas siguen siendo una constante en nuestra vida diaria. Sin embargo, la tecnología ha prometido liberarnos de esta espera casi perpetua. El autocobro en algunas tiendas de autoservicio, como las del logo de las chispas y las de las tres letras, surge como una solución moderna para acelerar el proceso de compra. La idea es simple: escanear, pagar y salir rápidamente, sin la necesidad de interactuar con un cajero.

Pero una vez más nos topamos con la cruel realidad: el autocobro a menudo dista mucho de ese sueño tecnológico. Máquinas que no funcionan correctamente, clientes que no sabemos usar el sistema y empleados que deben intervenir para solucionar problemas son solo algunos de los obstáculos que enfrentamos. En otros casos, nos enfrentamos al pesaje y etiquetado de algunos productos, el uso de códigos para otros. Inevitablemente, se forman nuevas filas, a veces incluso más largas y frustrantes que las tradicionales.

¿Por qué seguimos haciendo fila, a pesar de todos estos avances? Quizás la respuesta radica en la naturaleza humana. Las filas representan un orden social, una manera de garantizar que cada persona reciba su turno de manera justa. Además, nos brindan una oportunidad para practicar la paciencia, un valor que parece escasear en nuestra era de gratificación instantánea.

La ironía de la modernidad es que, aunque intentamos escapar de las filas con nuevas tecnologías, siempre habrá situaciones que nos obliguen a esperar nuestro turno. Seguiremos alineándonos pacientemente. Hacer fila puede ser más que una simple espera. Es un reflejo de nuestra capacidad para adaptarnos, esperar y, en algunos casos, encontrar humor en las pequeñas frustraciones de la vida diaria.

«Pase a la caja seis», es mi turno.

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