Opinión

Una historia del agua

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Como nunca y una vez más tuve la fortuna de aprender de la experiencia, sabiduría y conocimiento de nuestros ancianos. 

Caminaba cerca del mercado de la Puntilla y, de forma imprevista, Don Fulgencio, un “viene viene”, comienza a hacerme plática con los temas de moda y con los que iniciamos toda historia hoy en día. 

“Ta bueno el calor y sin agua peor”. 

Con nostalgia en sus ojos, me cuenta que de joven había trabajado a bordo de una lancha de pasajeros y carga que ofrecía un servicio comercial por todo el río Tamesí hasta el punto donde actualmente nos encontramos. 

Orgulloso dice, “solo era cargador y ayudante del lanchero, era una lancha, una lancha de madera con un motor de carro reparado, eso sí, dábamos un muy buen servicio”.

Las embarcaciones, me explica con todo conocimiento de causa, dudar de sus palabras me haría ver muy ignorante, por decir lo menos, eran lanchas artesanales como las que pusieron un tiempo para pasear turistas en la laguna del Carpintero.

 “Movíamos pasajeros y mercancías, tomates, chile verde, mangos, hasta gallinas traíamos, la ribera del Tamesí estaba poblada y había tiendas para surtir a los habitantes de aquellas partes, regresábamos con refrescos, cerveza, frijol, galletas y otras cosas, me iba bien”, detalla. 

Recorrió comunidades y paradas, algunas no muy conocidas, como Cabrales, Tomates, Jopoy, Torno Largo, La Reforma, La Pimienta y otras desaparecidas. 

Urga en sus recuerdos, “Había agricultores como el señor Cabrales, otro de apellidos como Gómez, Contreras, creo papá de un futbolista de aquellos días (“Chorejas Contreras”), de jovencito trabajé en varios sembradíos de por allá”. 

Refiere la presencia de nutrias, cocodrilos, garzas, gallaretas, pichichiles, gallinitas del pantano. “Había mucha jaiba, guapotas, guabinas, carpas y un poco de acamayas, con las crecidas venían los pujules, hoy ya no se ven”. 

Con semblante molesto cuenta que para llegar a la Puntilla había unas esclusas eléctricas que les daban paso por el canal Americano, que sin motivo alguno clausuraron, cambiando su llegada a un lado de la Jasad, ahora Comapa.

 “Con el tiempo y nuevos caminos, la gente y las mercancías empezaron a moverse en carros y camionetas, me quedé a chambear aquí pues se acabó el servicio por el río, pero eso sí le digo, lugares más hermosos no podía haber, ahora ni agua tenemos”, termina su relato Don Fulgencio. 

Eso sí, no me deja ir vivo, “hay con lo que guste cooperar”.

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