Por: Víctor Martínez
No hay plazo que no se cumpla y la fecha ha llegado, este día se lleva a cabo el proceso de revocación del mandato del Presidente de la República y una vez más la sociedad mexicana sigue indiferente, desquebrajada, desconfiada y harta del actuar de los gobernantes y políticos, más interesados en sus agendas y menos en las necesidades de la ciudadanía.
Unos a favor y otros en contra los líderes de opinión y otros actores sociales, desde hace tiempo han fijado su postura en relación a un acto democrático, pero el común denominador es descrédito y una apatía total por acudir a las urnas, que seguramente quedará plasmado en el resultado final, pero que servirá para satisfacer egos.
En repetidas ocasiones hemos leído y escuchado hablar del “costo de la democracia”, en lo personal pienso principalmente en el esfuerzo y trabajo de la sociedad civil e instituciones como el INE, enfocados en coordinar acciones y esfuerzos para lograr instituciones autónomas e independientes y así construir un régimen plural.
Sin embargo, es inevitable llegar al punto de la aplicación de recursos económicos para desarrollar procesos de consulta en favor de gobierno demócratas, como el celebrado el día de hoy y en donde se contempla un gasto de casi Mil 700 millones de pesos por el ejercicio de revocación de mandato.
Para muchos ha sido un capricho y para otros es un proceso establecido legalmente, tal vez se hubiera hecho una consulta previa, no es broma, y preguntar a los mexicanos, ¿Prefieres gastar Mil 700 millones de pesos en acciones de asistencia social o en la revocación de mandato?, estoy seguro la respuesta la sabemos todos.
Por eso ante la desconfianza y el poco interés del grueso de la población mexicana, funcionarios de todos los niveles afectos a la autoridad federal, metieron no solamente las manos para la promoción del ejercicio de revocación, sin importar violar la ley, total en esta ocasión también se permite.
Se llega el día en donde lo único claro es una oposición débil, sin una figura de contrapeso y con un gobernante cuya envestidura parece el traje nuevo de un emperador, similar al de un cuento infantil, cuyas enseñanzas son muy vigentes en la actualidad.