El incendio en redes sociales, mesas de café, y la ira de los ciudadanos menos agraciados se han apagado; me refiero a los ataques indiscriminados por la confusa importancia que le dieron al Senador Samuel García.
En realidad su retórica ha sido tan elevada como para que se le nombre en Palacio Nacional y en el programa del periodista más observado y crítico, me refiero a Carlos Loret de Mola.
Momentos de reflexión e intercambio de opiniones respecto a la entrevista dada por el Senador, en donde señaló que a los 15 años de edad, su papá condicionaba su pago semanal a cambio de que lo acompañara a jugar golf los sábados por la mañana.
Quien no ha jugado golf, no lo entiende. Más fácil, un joven promedio de 15 años de edad y mexicano, seguramente invierte sus mañanas de sábado en una buena, buenísima cruda, en dormir hasta después del medio día o cualquier otra cosa que se le pueda ocurrir sin valorar que lo hecho en ese momento justo de los 15 años, sirve para fortalecer esa parte interna que se empieza a formar y que terminará de definir el hombre en el que se convertirá en la edad adulta.
En México, se piensa que los deportes o las actividades que requieren disciplina son para ricos; cito algunos ejemplos: para disfrutar la ópera, la música orquestal, el arte, o cualquier otra expresión cultural, requerimos cierto entrenamiento, una exposición a la confrontación de lo que ignoramos contra aquello que queremos conocer. Más que una disciplina, debemos comenzar por atrevernos a conocer, perder prejuicios, perder el caparazón que nos envuelve y desnudarnos a la luz del conocimiento.
El golf, en países desarrollados, dista de ser un deporte exclusivo de los ricos; sin embargo, sí es un deporte de los caballeros. El golf, requiere honestidad y decencia, de fortaleza física y fortaleza mental, de constancia y disciplina; requiere de levantarse de madrugada sin importar el clima. El golf exige repetir la técnica en el swing una y otra vez, en este deporte la responsabilidad de un buen juego es exclusivamente del jugador; no es como en el fútbol en el que se puede culpar al portero o al defensa o al técnico… incluso podemos culpar hasta a los mismos árbitros con sobrepeso -como yo- que nos encontramos en el llano.
Pero como ya una característica de la doble moral del mexicano, lo grave del comentario de García no es su elitismo en función a sus actividades, sino su elitismo en función de su formación. Pocos jóvenes mexicanos tienen esa exigencia de levantarse temprano un sábado por la mañana, por eso no vemos a tantos mexicanos destacados. Muchos, como el senador, piensan que el paso de la adolescencia a la juventud debe consistir solo en descubrirse, autoexplorarse, en rebelarse contra lo que sea que haya que rebelarse; lo peor es que dicen “déjalo, es normal”, cuando se debería enseñar la disciplina desde esa edad o desde antes.
Pero si somos sinceros, lo que debería enfurecer a los mexicanos, no es que el senador juegue golf, sino que aquellos incendiarios jamás tendrán las exigencias que tuvo el “niño rico”, nadie los levantará de madrugada los sábados, porque nadie espera nada de ellos, porque a diferencia de los niños ricos, no los forman para ver de qué manera justifican el retardo en su trabajo para que sigan durmiendo, para que se sigan indignando y segmentando bajo el discurso de la víctima de odiar lo que nunca llegarán a ser pero que siempre anhelarán serlo; simplemente porque en lugar de copiar el modelo, es más fácil detestarlo.
Lo que diga el papá de Samuel, va a ser su verdad contra las emociones del hijo o la palabra de uno contra la de otro. Eso es lo de menos.
Todo el éxito a la maestra Delfina, por fin una secretaria digna para los mexicanos.