Entender a México y a sus instituciones es imposible si no se hace referencia al Partido Revolucionario Institucional (PRI), núcleo del México moderno y base histórica de nuestra democracia.
El peso histórico pareció ser demasiado para la última generación de priístas que gobernaron nuestro país, pareciera que no tuvieron madre.
No solo le dejaron el poder y peligro para México, sino que le dejaron manchas al partido que parecieran imposibles de quitar.
Lo atractivo del PRI es su gente, esa que porta la chamarra o el chaleco rojo con orgullo y es que el priísmo se lleva en la sangre no en la credencial. Es por esto por lo que nada debe preocuparles a los verdaderos priístas, pues ya se fue esa generación blandengue que hoy se pone cualquier otra playera con tal de seguir en el poder, vivir como auténticos arribistas y lo peor que apedrea la casa que no solo les dio en abundancia, sino que los hizo como políticos.
El verdadero priísta sabe que su poder radica en su historia, en lo representativo de sus siglas, sabe que, en política, las derrotas no son eternas.
Hoy la crisis de identidad que ha sido objeto de estudio por los sociólogos se puede ver reflejada en el partidismo mexicano; decía Diego Fernández de Cevallos que quien no tiene identidad ni una moral que lo sostenga, sirve para cualquier cosa. Para eso sirven esos políticos de cuarta, para ser aplaudidores y porristas del poder en turno con tal de saborear las mieles que destilan de las cúpulas.
¿Qué con el partido que parece no tener madre, ese que no tuvo madre para robar, para engañar, para crear la “mafia del poder”? Pues ese partido, el PRI, pareciera ser el faro en medio de la tormenta institucional que vivimos en México. Y sí, son los culpables de tener legisladores federales aberrantes y mezquinos pues se hicieron y representan el viejo PRI.
Serán los priístas que a pesar de los vendavales permanecen en el partido, aferrados al verde blanco y rojo, a los principios partidistas y a la disciplina institucional que ha caracterizado siempre al partido, son los del PRI de hoy los que podrían dar una luz de verdadera esperanza en este lúgubre túnel en el que nos metimos en 2018.
Al menos en el sur de Tamaulipas; el tricolor empieza a tener madre, una de esas que siempre ha estado al pie del cañón, que a pesar de los desazones de la política a la mexicana sigue creyendo que se puede ayudar a la gente desde la política; de esas que la entienden como medio y no como fin, de las idealistas que no se rajan, de las que militan desde hace tiempo con el único objetivo de ver ondear el verde, blanco y rojo, de las que en silencio han contribuido a la asistencia social, de las petroleras, de esas que sacaron adelante dos hijos y aún así hicieron carrera política.
En Tamaulipas, en sus 43 municipios pero en particular en Ciudad Madero, que se deje de decir que el PRI no tiene madre porque tiene mucha.
Ya veremos qué alcances tendrá la Mamá priísta de Ciudad Madero, Chey Saldierna, actual secretaria general adjunta del Comité Directivo estatal; esperemos que ella y quiénes aún militan en el partido tricolor sean suficiente para la reconstrucción del indestructible PRI, pero sobre todo, que logren cobijar a las nuevas generaciones que parecieran desvariar ante el poder y no entienden que la política se trata de lealtades y honor, no del poder por el poder.
Porque no… ¡Que viva el PRI!
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