La muerte de las personas causan dolor, incluso el fallecimiento de un sicario o delincuente daña el espíritu de su familia, incluso en estos casos no deja de ser doloroso. Es una pena que el escolta del ex cardenal Norberto Rivera Carrera, haya tenido que morir en cumplimento de su deber.
José Hernández, era integrante de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, estaba adscrito y encomendado a defender, cuidar y proteger la vida del religioso protector de sacerdotes pederastas como el padre Maciel; Norberto Rivera, más que un católico, es un representante del Vaticano allegado a la clase política mexicana y cúpulas empresariales enriquecidas de la nación.
El arzobispo emérito Rivera Carrera, afín al presidente electo desde que éste fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, por oponerse siempre al aborto; en tiempos más recientes fue el artífice de hacer que coincidieran en este mundo Andrés Manuel y el Papa Francisco, allá por el año 2015, lo que fue una auténtica jugada de pizarrón por mantener el objetivo pastoral de tener a los fieles inmersos en la participación política de acuerdo a los intereses de los gobiernos, y de eso ha vivido Norberto Rivera, por los siglos de los siglos.
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No me canso de decir que es una verdadera lástima que haya tenido que morir un efectivo de seguridad por custodiar a un clérigo tan controversial, una persona que se negó a orar por la paz y la tranquilidad de Tamaulipas, cuando apenas comenzaba la guerra entre zetas y golfos, con eso no quiero decir que se hubiera evitado tanta violencia, derramamiento de sangre, ni cercenados, sólo hago mención de una petición que le hicieron al entonces cardenal el día que inauguró junto a Eugenio Hernández, el Hospital Ángeles Tampico.
Qué lástima que la situación de riesgo en la que estuvo involucrado Norberto Rivera, haya perturbado el sueño del Papa Francisco, pues con estos hechos seguramente no pudo dormir ante la preocupación por el peligro que corre quien fuera sucesor del ex cardenal tampiqueño Ernesto Corripio Ahumada, polémico por cierto, aunque no tanto como Norberto Rivera, el encubridor de pederastia.
Tal vez con el atentado aunque no fue a Norberto, estemos viendo el resurgimiento de una diócesis de crítica social, como aquella que exterminó el ya muerto nuncio apostólico Girolamo Prigione, llegado a México en la década de los 80, cuando la iglesia protestaba ante las desigualdades, injusticias, y fraudes electorales, también Norberto Rivera, es el último eslabón de esa generación de cardenales, entre los que se puede mencionar a Juan Jesús Posadas Ocampo, del episcopado mexicano al que únicamente sobrevivió la diócesis de San Cristóbal de las Casas, esa ubicada allá por el sureste mexicano donde se refugia el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).