En la cancha, un ida y vuelta que causa vértigo; en la tribuna dos aficiones que gritan como ninguna otra. El escenario brilla como el oro; el balón ecualiza las emociones. No hay límite en el volumen de las gargantas ni en el futbol de los dos equipos. Rivalidad, pasión, fe en el triunfo. Los ingredientes estaban puestos. No había duda alguna, estábamos en territorio de románticos, de enamorados de sus camisetas y sus colores, estábamos en Nuevo León, en San Nicolás, en el norte, en el Uni: en el inigualable Clásico Regio.
¿Cómo evitarlo? ¿Cómo negarse al recuerdo de cuatro meses atrás? Estos dos Clubes, en aquel histórico y frío diciembre, libraron una batalla inolvidable, capaz de poner de cabeza a una ciudad. Tigres y Rayados se jugaron el orgullo en una final en la que terminó imponiéndose un rugido que aún tiene ecos que, dicen, bajan desde el Cerro de la Silla y deambulan entre los estadios de ambos.
Pero el tiempo, ese que como el balón no se detiene, está hambriento de nuevas historias, de relatos que aviven las leyendas y los mitos. Las páginas de los libros aún tienen espacios en blanco para renovar héroes o ¿por qué no?… heroínas.
La LIGA MX Femenil llegó para quedarse, para robar suspiros y obsequiar emociones. Todavía el mariachi sigue cantándole a unas inmortales guerreras tapatías allá en La Minerva. Pero el tiempo, ese del que ya hablamos y no se detiene, ni con los puntos, ni las comas, mucho menos lo iba a hacer con el futbol, el dueño de las pasiones de este nuestro México. El nuevo platillo, la nueva final: el Clásico Regio. Ni más ni menos. Otra vez estas camisetas frente a frente, compitiendo, no solamente por la supremacía del territorio, sino para levantar un título y colocarse la corona de la inmortalidad.
Las jugadoras, Tigres y Rayadas, no se guardaron una gota de sudor en el primer episodio de esta gesta. Acudieron a cada pelota con los dientes apretados, gritando de esfuerzo, levantando el pasto, mirando al cielo en busca de ese toque de brillantez y sacudiéndose el nerviosismo de estar jugando una final dentro de un volcán a punto de la erupción. Porque eso fue, la afición hizo lo suyo en el Universitario, buscó fundir las ideas del rival con presión sonora y explotó cada vez que pudo para que sus jugadoras se sintieran impulsadas hacia la portería contraria.
Las futbolistas locales salieron a comerse el mundo en cuanto pitó el árbitro. La insistencia y el ímpetu tuvieron pronta recompensa. Primero una pelota se habló de tú con el poste y en su fugaz charla, el metal decidió que no era momento para que la esférica conociera a sus amigas las redes. Iba a ser un golazo de Caro Jaramillo.
La gente, que ya se había ahogado con un gigantesco grito de gol, halló un momento para liberarse. Nayeli Rangel le filtró una pelota a Belén Cruz que sin piedad cruzó un zurdazo colocado, implacable. Sí, sí, es verdad, recordándonos al delantero francés que mañana tendrá oportunidad (en el mismo Clásico) de poner de pie a todos, como hoy hizo Cruz con categoría.
Aunque la fiesta parecía ser de Tigres enfrente había un equipazo. Calidad y corazón de sobra. El gigante amarillo, en estado de ebullición, no quería darle espacio a nadie más que a la gloria felina. Pero las Rayadas tomaron el balón y le pusieron su firma. Lo controlaron a placer para darle vuelta al marcador. Primero, con un penal que Rebeca Bernal cobró con clase, con cabeza fría, porque la portera rival la invitó a un juego psicológico, le dijo dónde quería el balón y Rebeca aceptó el reto, ahí lo mandó, ahí anotó, ahí engañó. Clásico empatado.
Y no mucho más tarde, Daniela Solís se encargó de tomar el extintor para apagar las llamas del volcán. Con un testarazo volvió a mandar el balón a las redes. Le dieron vuelta al primer episodio de la Final ante la incredulidad de los fieles de playeras amarillas, esos a los que con toda razón llaman incomparables. Las Rayadas estaban haciendo su trabajo y en el silbatazo para el fin de la primera mitad mandaban en terreno ajeno.
El complemento tuvo eso que también es el futbol, táctica, estrategia, duelo de técnicos. Las visitantes se plantaron con muchísima personalidad, precisas en las marcas y cazando el contrataque; las futbolistas locales buscaron por todos los sectores de la cancha cómo empatar la Final. Caer en casa era una herida que no querían en su ánimo ni en el de sus seguidores.
Suspiros aquí y allá, goles ahogados, anulados y más de un susto en propia puerta. Pero Tigres Femenil lo logró, igualó en el descuento, en la agonía del partidazo. Como si esos finales no les gustaran a los encuentros de este tamaño, de esta trascendencia.
¡Vaya juego! Lo tuvimos todo: pasión, calidad, un escenario impecable, grandes futbolistas, fuegos artificiales en el cielo, récord de asistencia y, sobre todo, la promesa de que, como esta increíble historia apenas empezó a escribirse, el próximo viernes, en medio del Gigante de Acero, tendremos el nacimiento de una nueva leyenda porque lo que hoy se quedo ante nuestra vista, aunque emocionante, atractivo y placentero, sólo fueron… puntos suspensivos.