«… Y cuando la bestia apareció de verdad, Pedro comenzó a gritar desesperado, avisándoles a todos que por ahí, acechando cada vez más cerca, venía ahora sí el lobo, pero ya nadie le creyó… Y entonces, el salvaje animal, a todos se comió». Crea fama y échate a dormir, podría ser la moraleja de este trágico cuento, de no ser porque, se supone, la lección viene ya implícita en el final de la historia, cuando al autor de una misma mentira repetida tantas veces el destino se la vuelve realidad, para escarmiento suyo, pero en realidad castigo fatal, en todo caso injusto, para el resto de los protagonistas. Y hoy en día cuando a un gobernante o dictador, de la estatura que sea, se le ocurre la simpleza de señalar a la prensa, sea un medio en particular o los periodistas en general, de poseer el mismo defecto que caracteriza al protagonista de «Pedro y el lobo», está escribiendo automáticamente y por anticipado una conclusión nada distinta a la que, a fin de cuentas, tiene la referida fábula. En cualquier caso, sea que el acusador salga ileso o no de semejante confrontación, quien termina salvando el pellejo, con o sin represión, es el «Pedro» específico del que se trate. Y aún en los casos más extremos de intolerancia de un régimen para con los comunicadores o medios de difusión, como el cierre de canales de televisión ocurrido en Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez, la derrota en términos de percepción de la opinión pública global es para quien, desde el poder y en forma autoritaria, asesta tan ventajoso golpe.
Ejemplos existen en buena cantidad, y seguramente por todo el orbe, pero sin ir tan lejos basta con echar un vistazo a lo que ha venido haciendo desde el inicio de su atropellado mandato el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Al principio, cuando era apenas un candidato al que casi nadie del gremio periodístico tomaba en serio, y la bronca era nada más con un tal vez molesto (para él) comunicador de origen mexicano llamado Jorge Ramos, la mayoría de los medios masivos dirigidos al público sajón prefería «hacerse de la vista gorda», hacer mutis o mirar hacia otro lado. Pero una vez llegado a la Casa Blanca, en cuanto la emprendió contra CNN, ésta cadena de televisión particularmente vio que la cosa iba en serio, y aunque los demás siguieron haciendo, cual decimos aquí en México, «como que les hablaba la Virgen», no tardaron en reaccionar apenas les aplicó la misma técnica a todos ellos. Tan solo esta semana inició con un «tweet» (la herramienta de comunicación preferida del mandatario) en el que el magnate metido a político acusa a los medios informativos de propagar falsedades. Y claro, él pretende hacer creer a quienes le quieran comprar ese cuento que ellos son exactamente como Pedro el del lobo: los malos de la película, los embusteros, pues, sobre todo ahora que cada vez sacan a relucir más episodios y revelaciones de su relación oculta con el aparato gubernamental del presidente ruso Vladimir Putin.
En Tampico, tal cosa, la ruptura de una autoridad, en este caso municipal, con el anteriormente llamado «cuarto poder», ha sucedido cíclicamente desde que por primera vez se dio la alternancia, en 1996, con el exalcalde Diego Alonso Hinojosa Aguerrevere y su congelación momentánea de las cuentas de proveedores de publicidad y propaganda, como se solía llamar al producto mediático en términos contables todavía hacia finales del siglo pasado. Se inventó, en aquel trienio, un mega boletín post-trimestral, llamado «Los Primeros Cien Días», pero a fuerza de tanto periodicazo y ventilación de errores a diario en los dos únicos medios electrónicos de entonces, el ayuntamiento panista acabó por ceder a los deseos y presión de la fuerza mediática. Otro expresidente municipal porteño, Fernando Azcárraga López, hizo público en cierta ocasión, durante su segundo período al frente de la ciudad, que un diario local intentaba presionarlo a través de publicaciones en contra para que él aceptara pagarles un convenio millonario que incluía la publicación de un libro, y aseguró entonces, ante las cámaras y al interior de su despacho en el palacio de gobierno citadino, que no les pagaría un solo cinco, y que le hicieran como quisieran, «Aunque se enoje María Eugenia», dijo.
Por eso, lo del exabrupto público del jefe edilicio neolaredense al comenzar la actual semana, advirtiendo a gritos que no le pagará al periódico El Mañana los dos millones de pesos que, afirmó, pretende cobrar a la Comuna por la firma de un convenio de difusión de la obra pública, puede no ser otra cosa que, paradójicamente, sólo una pose mediática, como suele suceder en ese tipo de capítulos de la política. Sin embargo, funcionarios con la investidura de autoridad como él, Trump y otros, acaban olvidando casi siempre que, más que el cuento de «Pedro y el lobo», su relación con los medios es más parecida a otra historia de hadas: la de «El Flautista de Hammelin», en la que se tiene que depender de un experto en distraer a la multitud de pequeñas criaturas (para efectos de la realidad: el pueblo) para alejarlas lo más posible del reino (la clase gobernante en este caso), pero si no se le paga a dicho especialista que cumple a cabalidad su función, y si, por el contrario, se le desprecia, el mal pagado puede llevar de vuelta ante el malagradecido aquello que considera un problema incontrolable, para que termine de fastidiarlo. Para que le arruine la vida.