Son solteras, migrantes, y en su primer día de trabajo en la calle, les impidieron vender
María Ofelia y Maritza Manzano Garza son el humilde sostén de un naciente, muy modesto pero, pese a ello, fuerte matriarcado: migrantes y madres de tres pequeños y una niña, respectivamente, llegaron a Tampico hace tres meses desde el municipio norteño de Camargo, en Tamaulipas.
Al principio, se dedicaron a pedir limosna, pero al fin un alma caritativa les dio algo más que un pescado, metafóricamente hablando: las enseñó a pescar y les dio la herramienta necesaria en forma de dinero para invertir en la elaboración de tacos de harina, que es lo que saben hacer bien como para ser vendido.
Su primer día fue, ironías del destino, este diez de mayo, y tomando de la mano a sus chiquillos, e incluso empujando la carriola de uno de ellos que es aún bebé, fueron a instalarse en una calle próxima a una plaza del centro de esta ciudad y puerto, donde sin embargo no duraron mucho: un inspector del ayuntamiento las quitó de ahí por no traer permiso.
«¿Quiere taquitos?», le preguntan a este reportero mientras permanecen sentadas con sus criaturas al pie de la presidencia municipal, a donde han ido, me explican, para tratar de hablar con la alcaldesa y ver si ella les da permiso que necesitan para vender su comida.
Me platicaron todo: que sus esposos «se quedaron allá», de donde ellas vienen, y que una de las nenas es «niña especial», así que lo menos que pude hacer fue contactarlas con el primer regidor que por ahí pasó y con el director de Obras Públicas, que caminaba igualmente en ese pasillo, y ninguno de ellos tardó en responder.
Rodolfo Pizarro, el papá del futbolista, les compró los 20 tacos de harina que aún llevaban dentro de una pequeña hielera de unicel, y Jorge Manzur les dio doscientos pesos para ayudarlas a invertir de nuevo y no desalentarse en el duro camino de la, ya de por sí, difícil vida trashumante que les ha tocado vivir.
¿Y cómo les ha ido?, les pregunté poco antes de presentarlas con los funcionarios, cuando platicaba con ellas, a lo que me contestaban hasta esa hora: «mal», y relataban la historia que ahora ha terminado agridulce, pero continuará al día siguiente con el trámite del permiso que deberán hacer, ya con ayuda del mencionado edil.