Pocas cosas producen tanta nostalgia como un pasado que no se vivió. México por excelencia tiene el poder de llevarnos a sus años dorados, esos años que oscilan de la década de los 20s a finales de los 50s. México que ha sido retratado por grandes artistas, por grandes poetas, grandes pintores y grandes novelistas.
Ese país que estaba lleno de pobreza, de retraso tecnológico, pero al mismo tiempo saturado de inocencia, el México del Indio Fernández, de Dolores del Río y de Pedro Infante. Un pueblo lleno de belleza pura, física, agrícola… vital.
Un México que fue retratado de manera cruda, donde la estética no jugaba un papel importante y que sin embargo, se mostró más bello así al natural. Muchas personas, sobre todo las de la tercera edad, dicen que los años pasados fueron los mejores, y no los culpo, todos siempre vamos a defender esa época donde se fue joven, cuando se disfrutaba al máximo, porque las fuerzas se van menguando y poco a poco vamos dejando de vivir.
Más de 60 años después de ese México lleno de realismo mágico nos vemos acá queriendo adivinar si fue verdad que esos tiempos fueron mejores. La generación de nuestros padres, y la de nosotros, siempre volteamos hacia atrás con la esperanza de adueñarnos de ese aroma del pasado.
Por eso mismo no es raro ver a las nuevas generaciones aferrarse a sus raíces, no es casualidad que Lila Downs, Susana Harp, Mon Laferte y muchos otros artistas que tienen gran gama de seguidores vayan tras esta fórmula, esa que desempolva el pasado y lo ofrece a una juventud llena de nostalgia y referentes.
Porque ahora lo viejo rifa, la novedad es tomar al pasado y moldearlo, hacerle un par de modificaciones para que los jóvenes se sientan identificados y atraídos. Pero este fenómeno no es exclusivo del mexicano, muchos artistas han echado mano de la nostalgia, como Fabián Ciraolo y Beirut.
Y el caso más reciente, es el de Alt-J con su nuevo video “3WW”, video recién estrenado y ambientado al más puro estilo de Rulfo, donde muestra al mexicano que vive en una comunidad rural, pobre, meramente indígena, atados a sus costumbres y creencias. ¡Ah, pero eso sí, con mucho amor! Ese mundo que nos regaló Rulfo en su Llano en llamas y en su Pedro Páramo, ese libro que ha servido de mayor referente para los mexicanos que el mismo Laberinto de la Soledad de Paz.
Quizás es que los nuevos artistas se dieron cuenta de que le memoria es el mejor recurso para sobresalir, probar una y otra vez la misma ecuación. Esa que muy a pesar de todos se sigue repitiendo de la misma manera que Buñuel nos los mostró con sus Olvidados, película que ha sido considerada todos estos años como la máxima expresión cinematográfica de la condición del mexicano, esa película que duele porque parece que no han pasado los años y que siempre vamos repitiendo ese mismo guion.
Irónico es que estemos atados a una fórmula secreta… como esa que da nombre a la película de Rubén Gámez, que nos muestra las dos caras de la moneda, el “progreso” que nos ofrecieron las trasnacionales y por el otro lado nos muestra, con voz Sabines en paralelo con la palabras de Rulfo, la vida precaria del campesino y de su explotador…
Tantos años y nosotros seguimos en lo mismo.