Opinión

MÉXICO BRAVO… Por Alberto Ídem…»El futuro de Tamaulipas».

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Quiso ser presidente de México: entre los años 2005 y 2006, desde antes, incluso, de que el ahora expresidente de los Estados Unidos, Barak Hussein Obama, ganara su primera elección, el otrora gobernador de Tamaulipas, Tomás Yárrington Ruvalcaba, empezó a promover por la vía de las redes sociales su precandidatura extraoficial con ese fin.  En aquellos años eran las páginas web, y no tanto facebook o twitter, el medio del que echaban mano los políticos para llegar a la entonces naciente multitud de usuarios del Internet, votantes potenciales a los que se atacaba, mercadologicamente hablando, a través de terceros: ya fuera bombardeándolos de propaganda en sitios como Terra, hotmail o messenger, o invadiendo de manera directa y literal su privacidad en la computadora: en forma de un correo electrónico «spam» (basura, pues).

«Es Tomás, no se hable más», era su lema de campaña cuando apenas buscaba el abanderamiento de su partido, el PRI (aunque ahora éste lo niegue y reniegue de él) a la gubernatura tamaulipeca, en aquella ruidosa contienda interna de la que salió elegido, ungido como candidato, entre otros tres aspirantes.  Luego, la frase de batalla que emplearía, ya como contendiente oficial de la elección constitucional local, en 1998, fue: «Vamos por el futuro de Tamaulipas».  Y sí que se lo apropió (al estado y su futuro).  Siendo gobernador, Yárrington vivió la transición al nuevo milenio infestando a la entidad de todo aquello que, al término de su sexenio, dejó como un caldo de bacterias en ebullición adentro de una olla a presión: el hervidero de criminales de toda ralea, de cuello blanco, de a pie, de uniforme, de banqueta y de banquete que hicieron estallar la violencia como nitroglicerina en el fatídico año 2010.

«Ahí humildemente, gobernador de Tamaulipas», solía decir el hoy en día presunto inocente cada vez que terminaba una entrevista o discurso refiriéndose a sí mismo en tercera persona, diciendo su nombre, y rematando con tan presuntuosa, falsamente modesta frase.  Había sido secretario de finanzas de su antecesor, Manuel Cavazos Lerma, quien lo puso justamente ahí a mitad de su mandato para asegurarle, como delfín, una válvula invaluable e incalculable en términos de engrosamiento del recurso a discreción para el subsidio oculto de su carrera a la sucesión.  «¡Vamos por Tamaulipas!», gritaba ya hacia el final de su período proselitista, y más tarde gustaría de repetir, en cada alocución pública, que el territorio estatal «es tierra de gente bien nacida», como llamando malnacidos al resto de los mexicanos.  Un resto al que, a la postre, soñó con conquistar de manera virtual.

¿Y cómo se podía, en aquellos ayeres tomasescos, «posicionar» a Tamaulipas como un sitio señalado en el mapamundi, en el globo terráqueo? ¿Cómo habría que hacer para que esta tierra resaltara y se convirtiera en un punto geográfico insalvable en tratándose de intercambio de mercancías, sin que necesariamente fuera el canal de Panamá…? ¿Cómo se tenía que operar para que la ruta de distribución, de tráfico de cargamentos y embarques especiales

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