«Es una tristeza: la maldad en el mundo existe, hay gente mala, y con ellos también hay que tratar». (Sentencia del obispo de la Diócesis de Tampico, José Luis Dibildox Martínez, al hablar del secuestro de Óscar López Navarro, sacerdote de la Orden de los Misioneros de Cristo Mediador, ocurrido apenas horas antes: al anochecer del martes 28 de marzo.)
Cuando Judas Iscariote se percató de que aquella mujer ungía con una buena medida del perfume más fino los pies de su Maestro, no pudo evitar soltar un murmullo, una crítica bastante malintencionada: que con lo invertido en la fragancia bien se habría podido dar ayuda a los pobres. Así lo dice la Sagrada Escritura, que de inmediato nos aclara: Judas soltó aquella habladuría a espaldas del Salvador no tanto porque sintiera un auténtico interés en los necesitados, como por el hecho de que, al ser precisamente él la persona encargada del arca de aportaciones con que se financiaba el inicio del anuncio de la Buena Nueva, pronunciado entonces por el propio Jesús, el discípulo traidor solía tomar dinero de ahí, ordeñar ese tesoro común, robarle, pues, a la naciente iglesia cristiana. La ambición del mismo personaje alcanzó su culminación en el pasaje de la Biblia por el que más se conoce entre los creyentes a Judas: el episodio de las treinta monedas recibidas por él a cambio de entregar al Mesías a sus verdugos.
Que no cuentan con dinero, al menos no en la cantidad que lo piden los secuestradores, para poder acelerar la liberación del párroco de la iglesia de San José Obrero (templo católico situado en la colonia Miramar, de Altamira, Tamaulipas). Es lo que ha asegurado el Clero este miércoles 29 de marzo desde dos frentes en forma casi simultánea: la Casa Juan Pablo II, sede del obispado en el centro de Tampico, y la Parroquia de Santiago Apóstol, en la cabecera municipal de Altamira. La segunda forma parte del mismo territorio diocesano, de cuyo obispo depende. Pero ninguna de esas dos representaciones que hablaron públicamente por la víctima del rapto conoce tanto al padre secuestrado como, sin duda, esa comunidad a la que pertenece él: los Misioneros de Cristo Mediador. Se trata, esta última, de una orden de evangelizadores que se dedica a la formación de ministros de la iglesia y religiosas de convento, pero también, y muy especialmente, a la labor altruista. Su director, el padre Servando, se afana en la organización de actividades a lo largo de todo el año con el propósito de avanzar lo más posible en la recaudación de fondos para la edificación o crecimiento de las capillas y la parroquia misma que establecieron en el suroriente de Altamira.
Hace poco, el capellán del templo situado en la colonia Serapio Venegas, y perteneciente al territorio parroquial donde oficia el cura raptado horas antes de escribir estas líneas, anunció a su feligresía, ya al término de la misa y dentro del espacio de avisos a la comunidad, que no muy lejos de ahí, en el sector Pedrera, se trabajaba ya, por parte de algún segmento de la diócesis porteña, en la instalación de una nueva parroquia, lo que también acabaría segmentando (¿dividiendo?) a la grey de la capilla ubicada, por parte de San José Obrero y los misioneros de Cristo Mediador, precisamente en la mencionada colonia.
Desde hace días, se ha hecho saber a los fieles católicos de la cooperación anual para auxiliar económicamente al Seminario Conciliar de Tampico, esencial en la localización y desarrollo de vocaciones sacerdotales, una labor, la de la contribución, que se suma a todas las actividades y búsqueda de aportaciones generosas diversas que realiza la iglesia católica con dicho fin.
Y en el tema harto delicado de los dineros (delicado para todo grupo social hoy en día, y no solamente para la iglesia), en el territorio diocesano hay historias nada añejas que mueven a reflexión, por su seriedad. Una fuente perteneciente a la comunidad laica que en cantidad numerosa trabaja para el catolicismo de tiempo completo, relató no hace mucho al autor de esta colaboración que en ciertas oficinas parroquiales, de un área opulente de la conurbación, un sacerdote casi se vuelve loco cuando vio la cantidad con que llegaba a contribuir en ese templo la muy generosa grey, y en un momento determinado, de tanto ver y al nunca haber tenido sumas de dinero tan cuantiosas, empezó a comportarse y a exigir como algunos presidentes de clubes sociales de Tampico que han caído en descrédito precisamente por ello. Al padrecito aquel, por supuesto, le pusieron un alto en cuanto empezó a hacerse obvia su salida de quicio, su escape de la realidad, y tuvieron que apartarlo de la comunidad y llevárselo obligadamente a un retiro donde es probable que aún permanezca. Historia verídica de la que cualquiera en la jerarquía católica conoce santo y seña sin necesidad de que se dé precisamente más detalles.