Contra el aborto. En contra de la eutanasia. Contra la adopción de niños por parte de parejas homosexuales. Y, por supuesto: en contra de que se le llame “matrimonio” a la unión legal entre personas del mismo sexo, son posturas que ha dejado bastante claras la iglesia católica en los años recientes, sobre todo esa última, ahora que está siendo considerada la iniciativa presidencial para que en todos los estados de la república se haga efectiva la celebración de bodas civiles hombre-hombre, mujer-mujer. Por ir en contra de sus postulados como religión, en contra de los principios de la misma fe que proclama, y los cuales parten de un decálogo básico, es que el catolicismo, al igual que otros grupos religiosos derivados del cristianismo y también el judaísmo y el islam, rechaza la práctica del contrato conyugal entre dos individuos del mismo género. Batalla esta que resulta lógica, tomando en cuenta precisamente lo ya indicado. De hecho, a costa de señalar con claridad su oposición a la propuesta del ejecutivo federal, el clero ha comenzado un activismo social que va más allá del templo y de la doctrina católica o catecismo de la iglesia. Y todo esto, claro, es de lo más normal, por más que tienda a rebasar la esfera de la libertad de creencia y trascienda a territorios del laicismo. Pero que se utilice el sermón, el interior mismo de una parroquia, como plataforma de protesta por asuntos de carácter político que no están directamente relacionados con los dogmas de la iglesia fundada por Cristo, eso ya hace volver la vista a las leyes de reforma impulsadas por el gobierno de Benito Pablo Juárez García en el siglo antepasado, las cuales establecieron la separación entre el poder religioso y el estado mexicano. Por más que hace casi tres décadas otro presidente, Carlos Salinas de Gortari, haya logrado modificar la constitución para restituirle a la representación clerical algo de la influencia y patrimonio que llegó a tener hasta antes de esas reformas legislativas promulgadas por el juarismo.
En la parroquia de Santiago Apóstol, la noche del domingo, el clérigo que ofició la misa de las 8 arengó a su feligresía para que no se quede en la comodidad de su casa frente a las protestas de maestros, sino que salga a la calle a unírseles para manifestarse en contra tanto de la llamada reforma educativa como de las demás modificaciones hechas a la constitución, conocidas como reformas estructurales. La proclama del sacerdote iba en el sentido de “buscar la libertad de los oprimidos”, como lo pide, aseguró, el mismo Evangelio, que de hecho citó varias veces mientras dirigía su homilía, con todo y que la parte del Nuevo Testamento a la que hizo referencia no era aquella a la que tocó dar lectura en dicha celebración. El cura mencionó temas como el de los salarios, la corrupción, la explotación del trabajador y, desde luego, la educación y el riesgo de una posible privatización, para instar a los fieles “a no quedarse con la ida a misa”, sino que además se salte al terreno del activismo, de la movilización, y lo dijo claro, con todas sus letras, refiriéndose de hecho al movimiento que hubo ese mismo día en la Ciudad de México, en apoyo a los maestros de Oaxaca, porque de hecho preguntó: “¿Alguien sabe cuántos autobuses salieron de aquí?”. E incluso afirmó que, en el impulso a la reforma educativa, el gobierno “pretende hacer creer” que no acabará perjudicando a la gente. Y dio una suerte de clase de civismo, cuando explicó el significado de la palabra democracia. Todo ello, dentro de la histórica iglesia situada en el centro de Altamira, la misma legendaria construcción de la que se dice que fue erigida utilizando, para la mezcla del material, leche en vez de agua. Ahí, en Altamira, donde acaba de ocurrir un radical cambio político social motivado al que, sin embargo, el mismo sacerdote, que dijo ser originario de Jalisco, restó mérito, aseverando: “no basta la democracia”, sino que hay que salir a buscar la libertad. La liberación… como en la famosa teología que también impulsaba el finado obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz.