Son 4 mil 31 millones de pesos los que gastó el INE en el reciente proceso electoral de 2016, dinero tirado a la cañería y en donde electoras y electores demostraron también su repudio a los malos gobiernos que hoy reposan en la basura de la historia, donde fueron arrojados.
Por eso, urge que diputadas, diputados, senadoras y senadores en sesión plenaria promuevan iniciativas para recortar las prerrogativas dispendiosas que se otorgan a los partidos políticos y someterlos a un régimen de austeridad que fomente el ahorro a la nación.
Para el lastimoso papel de los congresistas y sus partidos lo mejor que pueden hacer es pugnar por el ahorro de los recursos públicos que el INE les como soporte de sus financiamientos de campaña.
Deben considerar que el país atraviesa por un mal momento y que es tiempo de que también Estado mexicano asuma su propio sacrificio dentro de la crisis recurrente cuyo peso, casi siempre, recae en las masas vulnerables del país.
Las y los legisladores tienen la responsabilidad de hacer que las cosas marchen bien, debatiendo iniciativas que promuevan el bienestar social y reducir el empobrecimiento de las familias.
En campaña prometen bastante para quedar finalmente atrapados en una inercia lastimosa y deplorable.
Se supone que las legisladoras y los legisladores, quienes representan a su pueblo y no a quienes ejercen el poder omnímodo desde la silla presidencial para aplastar a todos como regularmente ocurre.
Como forma de control político las aberraciones onerosas del INE le sirven al gobierno más no a la ciudadanía común, que todos los días sale a lidiar con su gasto doméstico porque ya no le alcanza ni para comer.
En cambio para la renovación de gobiernos estatales, ayuntamientos y diputaciones locales se derrochan sumas millonarias sin medir sus consecuencias.
PRI y PAN, por su tamaño, compartieron las bolsas más grandes en las elecciones del 5 de junio.
Por eso en las elecciones recientes las y los votantes reflejaron desánimo, repudio y malestar contra quienes cataloga como verdugos de las condiciones socioeconómicas en que se encuentran.
Porque atrás de las costosas campañas que no le retribuyen nada a la sociedad, permean la pobreza, la desigualdad y una nación sin rumbo por los malos gobernantes que se desentienden de sus verdaderas funciones.
Esto ha despertado el encono, el repudio y el rechazo de la gente en los procesos electorales.
El desencanto de votantes es la expresión revivida de quienes luchan contra la injusticia social.
Y es que estamos hartos y hartas de los dispendios que hace la partidocracia con la complacencia del gobierno y la indiferencia pasiva de diputados, diputadas, senadoras y senadores.
Por Francisco Pucheta