Opinión

MÉXICO BRAVO… Por Alberto Ídem.

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“Payaso de rodeo” (Va por ustedes: vaqueritas).

Los cuernos de la luna son también peligrosos para la salud: si aquello se satura de entusiastas pasajeros, como una banana inflable en la playa, o la defensa trasera de un camión de redilas, o el estribo de un viejo microbús, tarde que temprano alguien, si no es que varios o incluso muchos, acabarán por caerse.  Porque una cosa es “la bestia”, el largo y pesado tren de carga al que se trepan los migrantes en su travesía por la costa este del país para tratar de llegar a Estados Unidos, y cuyo último territorio estatal en recorrer es precisamente Tamaulipas, y otra muy distinta subirse al lomo de bestias mucho menores, aunque más violentas y vivas como, digamos: las vaquillas o reses, lo cual representa un riesgo cuando el brío, la broncura e impulso del animal son difíciles de controlar.  Claro: si lo que se le trepa a la vaca en cuestión es un toro, éste podrá ser pateado en numerosas ocasiones, pero al final cumplirá su cometido y acabará haciendo, con la hembra bovina, lo que con los toreros cuando estos no logran evadir una de sus embestidas.  Y a no ser también que el semoviente a montar sea un buey, el que posiblemente no oponga resistencia a la trepada de un jinete, lo más seguro es que, si uno intenta subirse al torito, éste acabe por arrojar hacia el aire –y por consiguiente al suelo- al eventual valiente, o que por lo menos aquello se convierta en una suerte de rodeo, si es que quien está arriba aguanta los reparos y violentos tironeos del astado.  Tampoco un buey aguantaría tanto si intentara hacer aquello con una vaquilla, y de hecho la imagen misma resulta incluso ilógica: los bueyes no son para montarlos en terneras, no sirven para eso, como los sementales.

Así que si un buey no sirve para montar vacas, y si acaso puede llegar a ser sólo útil para que lo monten a él, o como bestia de carga, uno no esperaría jamás que ese animalito saliera bien librado de una violenta patiza, o en el menor de los casos que azotara, cual res al fin, por intentar irse trepado en los lomos de un agresivo cornudo, por más que otros: personas y animales, puedan lograrlo.  Y en el caso de un ser humano, éste tendría que andar bastante “pacheco”, o de plano ser muy “wey”, como para atreverse a montar un embravecido toro de lidia, o de rodeo.  Por cierto:  aquí cabe a la perfección un chiste que últimamente han estado repitiendo a través de redes sociales, referente a una persona que se queja de haber salido lesionada porque, siendo inexperta en la monta de animales, se le ocurrió un día subirse a uno, el cual la arrojó por los suelos y la tuvo en rastra dando varias vueltas hasta que a un alma caritativa se le ocurrió frenar el carrusel aquel en cuyo piso yacía la víctima del cuento.  Claro, porque simplemente hay gente que no sirve ni para subirse siquiera a un caballito de palo, ya no se diga al toro mecánico, y a la primera de cambios termina besando el suelo.  Y si, encima, lleva cauda o cola en ristre, como en el juego de “la víbora de la mar”, la eventual cabeza de ganado, en la que se atreva  a irse montado el improvisado vaquero, enviará a éste derechito a morder el polvo con todo y su lastre.

Y es que no es lo  mismo ser capitán de una nave, aunque sea de agua dulce, o “de perdida” marinero, y andar haciendo olas todo el tiempo, que de repente creerse “cowboy”, calzarse botas, ponerse un sombrero al estilo del ratón vaquero, y querer montársele en el cuello a un vaquetón, por más que lo agarre por los cuernos.  Peor para él si enfrente lleva a una persona maestra en las artes tanto de torear como de trepar, trepar… y trepar.  La competencia simplemente acabará por perderla, cuando no termine, en una de esas, hasta convertido en payaso de rodeo.  Para estos casos lo mejor sería levantarse y salir corriendo cuanto antes del ruedo mientras llegan los “monosabios”  a  hacerle el quite, a fin de que, una vez fuera de la competencia, se sacuda tranquilamente el polvo y… ¡a lo que sigue!  Ah, pero si el obstinado recibe un golpe tan duro en la caída que el trauma lo deja creyéndose “He-Man”, con toda seguridad devendrá precisamente en lo que se mencionó ya líneas arriba: en un arlequín de esas graciosas lides que continuará haciendo payasadas, para no decir el ridículo, cuando el astado esté ya lo suficientemente alejado de él, lo mismo que la persona que lo haya superado en esa competencia de monta de cornudos.  Cuando tanto la cabeza de la vaca, como la figura maestra del ruedo, ni siquiera se acuerden ya de aquel.

 

 

 

 

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