Opinión

Y aprendimos a callar

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Nuevo Laredo Tamps.- Ante el cuestionamiento, ¿por qué permitimos que los políticos hagan y deshagan en pro de su beneficio y no por el de la ciudadanía? Hay muchas respuestas. Recientemente leí que la desorganización que tenemos como sociedad, es lo que provoca que los políticos no nos rindan cuentas claras. Aún somos incapaces de tomar la iniciativa para cambiar lo que no nos gusta. No queremos asumir el costo de cambiar.

El aprendizaje, nos indica que no debemos reclamar, exigir, evidenciar o protestar. En la infancia aprendimos de nuestra primera autoridad (madre, padre o la persona a la que le encomendaron nuestra educación o formación), que la obediencia nos evitaría golpes y castigos.

Las reacciones que tenían nuestras primeras autoridades cuando nos atrevíamos a subir el tono de voz o cuando nos defendíamos de alguna situación eran tomadas como un abuso, una afrenta.

“¿Quién te crees que eres para decirme eso?, nada más que me levantes la voz vas a ver… Y te callas porque te rompo el hocico. Ah, me estás viendo con esos ojos, calladita te ves más bonita, ni se te ocurra contradecirme, ¿estás loca?, ¿quién te crees que eres?, a mí no me levantas la voz que soy tu padre, mal agradecido, ¡igualada!.

Aprendimos que reaccionar ante la autoridad era insubordinación, desobediencia, que no gustaba, que no debíamos protestar, o pedir justicia. Asumimos con los años que esa no era la actitud que nos permitiría ser aceptados o aceptadas, y fuimos callando. Y fuimos guardando nuestra voz, porque levantarla provocaba enojo, represalias, ira y descontento. Confirmamos que defendernos era abuso de confianza, una ingratitud, deslealtad y que eso nos impedía vivir en armonía. Comprendimos que alzar la voz era sinónimo de castigos, y desprecio, por eso la guardamos, y nos fuimos acostumbrando a no exigir respeto hacia nuestra persona. Nos quedamos inmóviles ante las injusticias de los demás, porque reaccionar por algo que me pasaba a mí, irritaba a la autoridad. Reaccionar por los demás era imposible.

Con el tiempo nos encontramos con nuestra segunda autoridad. DIOS, “diosito se enoja cuando le gritas a tu mamá o a tu papá, diosito y la Virgen María te están viendo siempre, a ellos no les puedes ocultar nada, saben siempre cuando te portas mal. Jesús nunca le gritó a su mamá. Jesús era obediente con su padre. Si te portas mal te va a castigar dios, si me levantas la voz te vas a quedar mudo y si me pegas se te va a secar la mano”. Entonces, comprendimos que la segunda autoridad era más poderosa que la primera, y que lo que más le gustaba era la obediencia.

Cuando llegamos a nuestro encuentro con la “tercera autoridad”, ya nuestro espíritu estaba un poco apaleado. “Le tienes que hacer caso a tu maestra, me dice si se porta mal”.-Si, aquí nos encargamos de ella, no se preocupe, ¿verdad que te vas a portar bien “veroniquita”?, sí no, te vamos a dejar mucha tarea-.

Sí las amenazas no surtían el efecto deseado, las planas escritas sobre “no volveré a interrumpir a la maestra”, ablandaban un poco, y si no. La ley del hielo, las bajas calificaciones o el bullying provocado por la o el docente, era bastante efectivo para entender que preguntar ¿por qué?, no era necesario, ni correcto. Así como tampoco lo era acusar al compañero o compañera de violenta. Eso no agradaba a la autoridad escolar, pues aliada con la primera autoridad, tarde que temprano terminaríamos pagando las consecuencias.

Y llegamos al encuentro con la “cuarta autoridad”, la ley. “Sí te portas mal te van a meter a la cárcel”.

A estas alturas ya las ganas de protestar o la conciencia de hacerlo ha quedado atrás. Y ésa voz que ya habíamos guardado, ha salido y la hemos escuchado decir: “¡deben estar locos para manifestarse!, yo creo que debemos dejar las cosas como están, ¿para qué nos vamos a meter en problemas?, ¡conmigo no cuenten!, ¿para qué vamos a reclamar peligro nos metan a la cárcel?. De seguro lo mataron porque andaba en malos pasos, ¿para qué voy a votar si siempre ganan los mismos? ¡Todos son corruptos, no hay a quien irle!, manéjate con bajo perfil, no sea que te despidan. Al lugar donde fueres haz lo que vieres, calladita te ves más bonita, ¿qué van a decir de ti si pones una denuncia?, todos los hombres son iguales, mejor actúa como que no oíste nada, deja de quejarte pareces niña, los niños no lloran, ¡chin chin el que raje! No sea chismosa.

-Aprendimos a tolerar muchas cosas, a ver con normalidad los abusos y aprendimos a callar.

Por Verónica Cruz Frías

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