Opinión

El Filósofo de Güémez / Ahora estoy viejo

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Por Ramón Durón Ruíz

El universo es un modelo matemático perfecto, en el que nada se escapa del orden preestablecido, existe un sano equilibro, Lao Tse afirma: “Cuando te des cuenta que lo que le haces a otro, te lo haces a ti mismo… habrás entendido la gran verdad”

La gran verdad es que dar con amor incondicional, te lleva al despertar de tu inagotable imaginería, a reconocer que la vida es generosa contigo, te da tanto y para tanto, porque has aprendido que al dar se regocija la paz y la serenidad de tu niño interior.

En el reino del amor, cuanto más das, más llega a tu vida, porque has aprendido a respetar la gran dimensión del universo, entendiendo que cuando valoras el esfuerzo, el trabajo y el éxito ajeno, reconoces que cada quien tiene algo para dar… y para recibir.

Cuando das con alegría, aprendes a valorar más lo que has adquirido con esfuerzo, porque tu paso por ésta vida es transitorio, es un breve espacio para que abras los ojos de tu alma y aprendas a dar, como una manifestación de servir con amor, para recibir con humildad.

En el justo equilibrio de la vida, el ser humano que da desde lo más íntimo del corazón, reconoce la diferencia entre lo superfluo, lo transitorio y lo permanente, es entonces que sabiendo que los vacíos se llenan y que al dar, deja un espacio, preparado para recibir la abundancia de dones y de bienes.

Quizás vale la pena observar que la gente que menos tiene, es la que más entrega, la que más da. La lógica de la fraternidad te invita a que des hasta el cansancio, recuerda que vale más el estilo, la forma y el tiempo en el que das, que lo que se da; cuando das desde tu alma, das una parte de ti, entonces la magia del universo lo multiplica hasta sorprenderte.

Cuando aprendes que en la vida hay dos filas: una, en la que se forman los que piden, –es muy larga–, la otra, los que dan, –es muy corta–, tú decides en cuál de ellas te alineas, dar te deja una sensación profunda de plenitud espiritual.

Dar, que es la manera más sabia de compartir tus bienes y dones, no significa dar solamente cosas materiales y dinero, también cuestiones espirituales: dar una bendición, dar unas palabras de aliento, dar un saludo, dar un abrazo, dar, te prepara para recibir lo que te falta.

Dar, es un lujo que no todos gozan en la vida, pareciese increíble pero los que menos tienen, son los que más dan, en el fondo se dan a sí mismos, recibiendo a cambio una paz en el alma, que los lleva a dormir sin preocupaciones y levantarse sintiéndose bendecidos porque están plenos de amor.

A pesar de que los que reciben generalmente no demuestren su gratitud, porque no se acuerdan o creen que todo lo merecen, tu da con amor, sin contabilizar el costo, recuerda que “Si dieres el pan triste, el pan y el mérito perdiste”1 que en las leyes del universo se te regresará… pero multiplicado.

Nadie puede dar lo que no tiene; no debes olvidar que si das odio o rencores, es porque forman parte de un activo espiritual, que con su toxicidad arruina tu presente, en cambio sí das amor, cuando lo manda tu corazón, antes de que se te pida, te recrearás disfrutando la rica policromía del universo.

Quien frente al milagro del nuevo amanecer reconoce que “nada te llevarás cuando te vayas” entonces sale a dar sin horario, con amor, humildad y desinterés, en la lógica del amor, el cofre de su vida estará abierto, para recepcionar la abundancia de bienes y de dones.

El viejo Filósofo de Güémez afirma: “La vida es como las bodas, al final… ¡solo te quedas con los de casa!” la moraleja es sencilla; al final de la jornada –el dar es invertir en tu evolución espiritual– el ser humano tiene… lo que durante su vida supo dar.

Aquellos seres privilegiados que llegan a la edad adulta en plenitud, supieron descifrar el crucigrama de la vida, que los llevó a entender la bendición de darse sin límites; en el camino supieron dar, entonces la vida los recompensa, para que además de que vivan más, vivan mejor.

Lo que me recuerda que: “De niño decía, ya verán ‘abrones cuando esté viejo; ahora estoy viejo… ¡Y NO HE VISTO NI MADRE!”

1.- San Agustín de Hipona

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