“Cuando avientas a un bebe en el aire, y se ríe, es porque sabe que no lo dejarás caer, que lo atraparás de nuevo, eso es CONFIANZA” La confianza es tan frágil como sean los miedos que creas y tan fuerte, como sea el amor que destellas. Confianza significa CON FE, cuando no tienes FE, el miedo se empodera de ti, Osho afirma: “En la vida, no se le puede tener miedo a nacer, porque es algo que ya ha ocurrido, ya no se puede hacer nada al respecto.
Tampoco se le puede tener miedo a vivir, porque es algo que ya está ocurriendo. Y tampoco se le puede tener miedo a morir; porque es algo que ocurrirá, hagas lo que hagas. Así que, ¿dónde está el miedo?”
En el ser humano hay dos emociones básicas: el miedo y el amor; el miedo es adquirido, el amor es natural; todo lo que nace del miedo está llamado a fracasar, por el contrario lo que nace del amor está llamado a prosperar.
Cuando reconoces el miedo y entras en su zona, cuando lo aceptas, cuando lo enfrentas, como por arte de magia desaparece, cuando sacas el aprendizaje de los miedos, –ve que no digo de tus miedos, porque no son tuyos– lo trasformas de una energía negativa, en una fuerza creadora que te conduce a creer en tus sueños e ir tras ellos, elevándote y ayudándote en tu evolución espiritual.
Pareciese ser que los grandes miedos en el ser humano: el miedo a la enfermedad, el miedo al desempleo, el miedo a la muerte, el miedo a la soledad y el miedo al amor, generan un círculo vicioso que te lleva de un temor a otro, que “arruga tu alma”, mientras el miedo nace de una mente insegura, el amor brota de un alma en plenitud.
¿A qué le tienes miedo? El miedo se extingue cuando reconoces que estás hecho a imagen y semejanza de DIOS, deja de convertir tu vida en un problema y transfórmala en un racimo de bendiciones y soluciones.
El miedo te enraíza en tu zona de confort, evitando tu sano crecimiento, si tienes miedo a tropezar, jamás podrás ganar una carrera, HOY hecha los miedos afuera, reconoce que el amor te lleva a resistir, persistir e insistir, enseñándote que vayas mar adentro, porque… ¡tú límite es el cielo!
“Todos sabemos que vamos a morir, pero no sabemos vivir” cuando el miedo –apapachado por tu mente– nos estremece de un lado a otro, como mueve el viento los árboles en la tormenta, dejas de disfrutar el aquí y el ahora, dejas de vivir y empiezas a sobrevivir, si el miedo se apodera de ti, rompe tu armonía con el universo, desequilibra tu trinidad mente-cuerpo-alma.
Infinidad de cosas que le temes, jamás acontecen, porque si la mente las crea, también tiene el poder de eliminarlas, recuerda que “Muchas careras se han perdido, antes de haberse, corrido y muchos cobardes han fracasado, antes de haber su trabajo empezado” cree en ti, amate, eleva tu autoestima y “tus hechos crecerán, ten miedo en que no puedes y te quedarás atrás, todo está en el estado mental del hombre”
“Cuando te conocí, tuve miedo de abrazarte; cuando te abrace, tuve miedo de besarte; cuando te bese tuve miedo de quererte y ahora que te quiero… tengo miedo de perderte”
“Si eres el arquitecto de tu propio destino” sobrevivir en el miedo o crecer en el amor es una decisión estrictamente personal, el miedo entorpece tus sentidos, el amor le da sentido a tu vida, tú eliges cual camino tomar; te invito a que HOY enfrentes los miedos, es una emoción tóxica que no es para ti, elije el amor, te llevará a tener una luna de miel con la vida.
Lo que me recuerda: “va un pela’o al médico y le dice: — Ha de saber doctor, que tengo un problema. Cuando hago el amor con mi vieja, me da la impresión de que no siente nada. Algunas veces incluso se duerme.
— Eso tiene una explicación científica. Algunas mujeres en estado de excitación se acaloran tanto que les es imposible sentir nada. Trate de hacer el amor y abanicarla al mismo tiempo.
Y esa noche así lo hizo. Pero cuando atendía al abanico, desatendía el arte de la concupiscencia carnal. Así que contrató a un robusto negro para que echara aire con el abanico a su señora.
— Venga mi negro, abanica. ¿Sientes algo vieja?
— No, nada.
— ¡Más fuerte negro! ¿Y ahora, vieja?
— Nada, absolutamente nada.
— Haber mi negro, préstame el abanico y ponte tú. El negro se sitúa encima, mientras el marido abanica.
— ¿Y ahora vieja… sientes algo?
— Siiiiiiií, siiiiiiiiiií, ahora siiiiiiií… muchoooo!
— ¿Ves ‘inche negro?… ¡NO SABES ABANICAR!1