Hay una frase que me encanta: “Las cosas más bellas del mundo, las puedes ver, incluso tocar… pero debes sentirlas”
Así son el amor y el humor, cuando los sientes te conectas con el universo, entonces vas más allá de lo transitorio, encuentras con lo trascendente y relevante que la vida tiene para ti.
El Filósofo de Güémez, aprende de los abuelos que son sabios por derecho propio, y admira a los niños, de los que aprendo que la felicidad no tiene fronteras, ambos me enseñan a ser yo mismo.
Soy un viejo campesino con un rostro amable, con la piel de mi cara curtida por los temporales de la vida, con mis manos rudas y encallecidas por el arado, con sombrero arrugado por el paso de los años, una camisa y un pantalón de mezclilla ya muy relavados, unos huaraches que han sido mis compañeros de viajes durante mucho tiempo; cuando me reúno con mis amigos me visto de alegría, entonces mis fuertes carcajadas revientan la quietud guemense; busco pintar el paisaje del alma del noreste mexicano con mi ingenuidad provinciana y buena Fe, que sacude el alma y elimina los miedos.
Soy un hombre con un estilo de vida sencillo, sin lujos, sin retruécanos en mi palabra, que en el amor y el humor encuentro la esencia misma de la vida que me elevan a otro nivel.
En Güémez todo es fascinante, su cielo es un espejo azul, su campo una alfombra verde, sus casas deleitan con la más rica gastronomía, elaborada en sus cocinas de humo, sus jardines llenos del estallido multicolor de las flores, la tierra está llana de mujeres bellas y hombres fuertes, enriquecida por la sabia tradición oral que es enseñada por los abuelos que ya ha recorrido los intrincados caminos de la vida, que con una conciencia abierta entienden el entretejido de la cosmogonía del universo, que los ha llevado a aprender que el amor y el humor los conecta con su origen.
La vida me ha enseñado que un alma llena de miedos y rencores no sabe reír. Por mi parte busco que mi cuerpo viaje abriendo el alba con una sonrisa, agradeciendo el milagro del nuevo amanecer, experimentando y sintiendo el espíritu y la alegría de la existencia.
Será porque los años me han llevado a entender que el buen sentido del humor nos ayuda a recordar que en el fondo de temporalidad de nuestra vida, hay una chispa de luz que nos conduce a romper con el aburrimiento y separarnos de la rutina, encontrar nuestro sentido de vida.
Una sonrisa, posee la magia de iluminar nuestro rostro y dejar a nuestro paso un aroma de amor en el camino. Quien sonríe se aleja de la enfermedad y atrae la salud, porque el humor, es un pararrayos que nos aleja del círculo vicioso de las emociones negativas, trayendo lucidez a la mente, nos ayuda a contemplar la formación del universo y a sentirnos parte del mismo.
El que siempre tiene un gesto amable y una sonrisa en los labios, su imagen cautiva y dura largo tiempo, porque el buen sentido del humor es contraseña de buena voluntad, de ánimo creativo, que tiene la virtud de obsequiarnos una perspectiva diferente sobre los problemas, nos brinda una cálida sensibilidad que atenúa el ego, baja la vanidad y trae consigo una visión de desapego.
Mientras un carácter agrio, conflictivo, duro y mal humorado, genera un círculo vicioso de dolor, miedo y rencor, que te aleja de la gente de tu vida, enferma tu cuerpo; el buen sentido del humor hace que te sorprendas con las maravillas que el nuevo día tiene para ti, enseñándote a reír con los problemas, quitándoles poder, dándole lucidez a tu alma para aprender a vivir.
Después de la primera bocanada de aire, el ser humano llora, el paso siguiente es que el niño naturalmente se conecte con su Maestro Divino, entonces naturalmente sonríe, como una manifestación de que siente el milagro de la vida en todo su ser.
A propósito “Ramoncito el nieto del Filósofo le pregunta:
— Abuelo ¿cuánto pesa mi pajarito?
— Unos 20 gramos, mi niño.
— ¿Y el de mi papi?
— Alrededor de 80 gramos.
— ¿Y el tuyo, abuelo?
— ¡No se mi’jito, pero debe pesar un ‘ingo!, po’s ni tu abuela, ni yo… ¡LO PODEMOS LEVANTAR!”