Cuando Altamira y Tampico aún estaban separados por amplias hectáreas de territorio agrícola o incluso despoblado, y buena parte de lo que ahora es la avenida Hidalgo seguía llamándose carretera, la población de ambas localidades podía diferenciarse, en los aspectos socioeconómico y cultural, de forma bastante clara: unos, tampiqueños, vestían y hablaban como citadinos, y hasta en el acento saltaba la distancia entre ellos y los otros, altamirenses, más conservadores y con un tierno dejo de inocencia pueblerina todavía por aquel entonces.
Al fin ciudad hermana, la gente de Madero se hallaba, a la sazón y como hasta ahora, en igualdad de aspecto y comportamiento que la de Tampico, acaso sólo diferenciado levemente por lo laboral y económico, pero incluso en medio de esa similitud los habitantes de ambos municipios, por igual y en su mayoría, aun siendo católicos, solían confundirse cuando se trataba de hablar del templo católico situado en pleno centro de la urbe maderense: «la catedral de Madero», le decían, aunque nunca faltaba el sacerdote o feligrés mejor enterado que corrigiera, aclarando que se trataba de una parroquia, la del Sagrado Corazón de Jesús. Con mucha mayor razón, una confusión semejante sucedía entre muchos lugareños de Tampico y Ciudad Madero cuando querían referirse a la iglesia de Santiago Apóstol, situada en plena cabecera municipal altamirense, y a la que también nombraban, en alarde de ignorancia, «la Catedral de Altamira».
Pero, con el correr de varias décadas, y paradójicamente cuando ya las tres localidades se han mimetizado en un solo conglomerado urbano, parece ser que hay quienes estén trabajando, dentro o fuera de la iglesia, por hacer realidad la ruptura, el separatismo, la fragmentación del catolicismo en esta región, y las motivaciones podrían estar más cerca de lo económico que del aspecto puramente evangelizador: la cantidad de habitantes que tiene en la actualidad el municipio de Altamira supera a la población de Tampico, lo mismo que a la de Ciudad. Madero, y con todo y el crecimiento de otras denominaciones religiosas afines al cristianismo, el territorio altamirense aún conserva un muy elevado número de católicos practicantes que llegan a llenar incluso las capillas de los diferentes sectores habitacionales cada domingo, por lo menos.
Ha sido ya en ese contexto demográfico que le tocó asumir el puesto de párroco en la céntrica iglesia altamirense, hace poco más de seis años, al padre Ángel Vargas, quien hasta entonces había sido titular de la parroquia de María Auxiliadora, en la colonia Del Pueblo, de Tampico, donde llegó a encabezar toda una auténtica transformación física del lugar que, sin duda, motivó a más de un católico alejado a volver al templo para las celebraciones litúrgicas, que se hacían más lúcidas con la participación de jóvenes y niños.
A este último segmento poblacional, Ángel Vargas le puso, ahí, especial atención en cuanto a enseñanza del catecismo se refiere, y si de actividades especiales se trataba para reunir fondos a favor de la reconstrucción de la iglesia y del trabajo de catequesis, el referido sacerdote no paró en esfuerzos: el que esto escribe llegó a ser invitado a más de una carne asada con aperitivos de alcohol incluidos, en la que se nos hablaba a los reporteros de las acciones en puerta, como fiestas patronales o el gran viacrucis del decanato de la iglesia, en el que Vargas tuvo marcada influencia.
De modo que toda esa suerte de política socio eclesiástica, esa manera de trabajar, ese método, por decirlo de cierta forma, lo ha aplicado el padre Ángel, no sin éxito, en la parroquia de Santiago Apóstol desde su llegada, a partir de la cual se ha hecho una serie de remodelaciones al atrio, interiores, patio, oficinas parroquiales, tienda de artículos religiosos y casa sacerdotal, y casi no hay domingo por la noche en que llegue a faltar la lotería afuera del templo, con venta de tamales y atole incluida. En la propia misa, de hecho, ya en la parte final, que corresponde a los avisos pero antes de la bendición de salida, los curas que ofician ahí para apoyar a Ángel Vargas anuncian la vendimia que hay a un costado del templo, frente al despacho administrativo del lugar: chorizo, carne, queso, todo en pro de la comunidad religiosa.
Por lo anterior, no resulta extraño que esa parroquia, la de Santiago Apóstol, haya sido la única de toda la Diócesis porteña que convocó, dos días seguidos, a rueda de prensa para asumir una postura respecto al secuestro y luego liberación del sacerdote Óscar López Navarro, conferencias informativas alternas y, probablemente, no autorizadas por la jerarquía sino hasta que ya se había hecho pública su realización, dado que la información oficial la dio, en Tampico y simultáneamente, el Obispo José Luis Dibildox en ambos casos. Algo que provocó incluso confusión tanto el miércoles como el jueves en que transcurrió la historia del rapto. Pero en ese salto a la luz pública que ahora hace la parroquia del centro de Altamira, como hace más de 23 años lo hacía, guardada toda proporción, el ahora finado obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, algo puede tener qué ver el diputado local, exdelegado de Sedesol estatal, y otrora responsable de las arcas públicas municipales (en tiempos de Juvenal Hernández Llanos como alcalde de Altamira), José Ciro Hernández: este personaje político no sólo fue acólito de la parroquia, sino que ha continuado teniendo una cercanía e intervención directa en las actividades de esa iglesia.