Esta es una tierra agradecida, de buena memoria. Identificada hasta los huesos con sus ídolos. El calor aquí es tan intenso como la devoción a quienes les permiten tener brillando cinco estrellas en su cielo.
Es Torreón y es territorio de Santos. En esta zona del norte del país, hablar del balón y sus emociones es tan común como un paseo dominical en el Paseo Morelos. Aquí, decir “futbol” es encarnar el recuerdo de Borgetti, Adomaitis, Oswaldo, Galindo o “El Pony”. Pero como no se puede vivir sólo de recuerdos, la pasión se renueva cada que los Guerreros saltan a la cancha y es así como la ciudad va encontrando nuevos héroes, ídolos de otras latitudes, guerreros de otra estirpe, y son, justo ellos, quienes los volvieron a poner en el sitio en donde todos quieren estar: la gran final.
Torreón se pintó de sus dos tonos favoritos: el verde y el blanco. Banderas en las calles, playeras del Club aquí y allá, caras pintadas, el futbol en las sobremesas y en cada una de las pantallas de televisión. En las redes sociales todos presumen con orgullo su pasión. Y el estadio, el espectacular Corona, se convirtió en el epicentro de las emociones.
“El equipo de todos”, como le dicen por aquí a estos Guerreros finalistas, saltaron al campo acompañados de una lluvia lagunera, pero no, nada de qué preocuparse, es sólo un decir, un símil del rugido y ovación del Corona para alentar a sus ídolos.
En la cancha, Santos se encontró con un equipo centenario, con uno de los más tradicionales de nuestro balompié. Los Diablos, un rival tan respetable como un superliderato, se plantaron con su experiencia por delante. Fueron un vendaval en los primeros minutos. De hecho se encontraron con dos postes cuando el sol todavía no se escondía por completo y algunos aficionados apenas ubicaban su lugar. Cerca el gol y nada más.
El Corona hizo su papel. Fue un gran anfitrión para el primer capítulo del partido más esperado del semestre. La gente llegó para hacer su trabajo, ser el jugador 12. Presionaron al rival y empujaron a los suyos. Gritaron, cantaron, mostraron mosaicos cada vez que el cronómetro marcaba un seis. Sí, porque el sueño de la sexta está más vivo que nunca y había que manifestarlo de alguna manera.
Pero como en toda gran historia, el héroe tiene que encabezar una proeza y para La Comarca tuvo que ser así. Los Diablos se fueron al frente con un gol de Luis Quiñones. Una jugada colectiva bordada elegantemente en una de las bandas. Los mexiquenses le dieron un duro golpe a la “Región de los Grandes Esfuerzos”. Aquel mote tendría que hacerse valer en una prueba de fuego para el futbol lagunero: la remontada.
Fue necesaria la comunión cancha-tribuna para que los dirigidos por Robert Dante Siboldi canalizaran de buena manera la desventaja. Fue así que bajo el grito de “¡Santos, Santos!” despertaron los locales. Primero, Djaniny Tavares, el caboverdiano, se quitó a la muralla Talavera, para dar un pase a la red y desatar la locura en un estadio que se puso de pie.
Con la efervescencia en “La Perla de la Laguna”, todos sabíamos lo que podía pasar. Los Albiverdes eclipsaron al 10 veces campeón del futbol mexicano. Y fue Julio Furch el que hizo sonar como nunca aquella clásica sirena que sobrevive aún en esta cancha del Estadio Corona. Euforia en Torreón. Se escuchaba el himno del equipo. Los aficionados mostraban luces de sus teléfonos para iluminar el camino al éxito, regalar una gran postal y, de paso, preguntarle al cielo coahuilense si el domingo podría ingresar una estrella más al firmamento.
Pero para ello aún queda un largo sendero, el segundo capítulo de esta gran final entre dos equipazos. Y la siguiente aduana será, nada más y nada menos, que el mismo infierno…
Por ahora, en esta ciudad resplandece una sonrisa de oreja a oreja y se repiten la frase de moda: “Seis se puede”, lo hacen una y otra vez para que las plegarias sean escuchadas. Los aficionados esperaron pacientes, después de la hazaña de remontar, a que su equipo saliera del estadio para despedirlo con un pasillo plagado de banderas, porras y fe. Quieren verlos de vuelta con un trofeo en las manos. Así es Torreón: futbol, calor y pasión.